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Cines

La firma de opinión del periodista y crítico cultural Juan Ángel Fernández

Juan Angel Fernandez

Cines

04:04

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Albacete

Pocos detalles furtivos como entrar en una sala cinematográfica a punto de iluminar un pantallón y sobrecogerte unos minutos después al presentir como dos trenes pueden embestirse en la misma vía de ferrocarril sin que nadie pueda evitarlo. O recordar esa espectacular escena de mi vida que me tuvo sobrecogido un tiempo sin que en mis sueños pudiera quitármela de la cabeza. Hace unos días, al ver la película The Fabelmans, el nuevo pelotazo de Steven Spielberg y van... (ni se sabe)... recordé al instante la mencionada y terrorífica escena mencionada de El Mayor Espectáculo del Mundo, aquella película circense de mi infancia que me dejó marcado y anclado al cine el resto de mis días. Resulta que al pequeño Spielberg (no sé si hay que recordar que el film es poco menos que una autobiografía del propio director) le ocurrió lo mismo que a mi e igual que, me imagino, pudo ocurrirle a miles de chavalas y chavales en edad de descubrir el mundo contemplando un estruendoso choque de trenes de pasajeros. James Stewart, Charlton Heston, Cornel Wilde, Dorothy Lamour, Gloria Grahame héroes del Circo Ringlin volvieron a representarse patas arriba en el cine Capitol de nuestra ciudad, ahora en nuestra memoria: mientras restregaba mis mocos en el brazo raído por la carcoma de aquella butaca comida por el tiempo. La terrorífica escena volvió una vez más a recordar los llenazos en nuestros cines. El Capitol, en la plaza principal de la ciudad entonces perteneciente al Caudillo de España. El Gran Hotel, en la misma plaza, cerrado en 1993 y testigo nacional del estreno de la celebrada película Amanece que no es poco del inolvidable director albaceteño José Luis Cuerda; el cine Carretas, donde otro intelectual memorable de la villa, Joaquin Barceló, puso en marcha a finales de los sesenta un ciclo de cine de Arte y Ensayo absolutamente innovador donde se pudo ver en versión original subtitulada, entre otras, El Submarino Amarillo, de George Dunning, aquella fantasía de dibujos animados con los cuatro de Liverpool luchando contra unos hombres azules. Por no hablar de Qué noche la de aquel día de Richard Lester, otra vez en el Capitol, con The Beatles en el puesto de salida de todas las emociones de mi mundo (nuestro celebre cantante de pop Juan Rosa siempre comentó: aquella película cambió mi vida). O el cine Palafox gestionado por un héroe de película, nunca mejor dicho: Antonio Fernández Galindo. El Goya, el Carlos III, los pequeños Candilejas, Productor A, y Productor B, el Astoria donde se representó en su patio de butacas el mayor concierto pop, en vivo, que jamás se haya dado en Albacete en local cerrado (aquella mañana de domingo en el 66 volaron las butacas de entusiasmo) o el propio Teatro Circo, aún de cuerpo presente gracias a su rehabilitación en 2002. Aquellas pequeñas salas de nuestras vidas... butacas de madera gastada que crujían al sentarse o acolchadas con lamparones y adhesivos, acomodadores serviciales o autoritarios, sonido deplorable... pero llenas hasta arriba, siempre repletas de entusiasmos y emociones...

Hoy, las salas de nuestros cines, Vialia, Imaginalia son impecables: butacones reclinables con derecho a refresco y relax; sonidos impresionantes, polifónicos, diégeticos, ambientales, naturales; servicio de repostería amable que incluso llega a la misma butaca; alzadores infantiles... y aún así... vacíos impresionantes diarios en un tanto por ciento muy elevado... salas tristemente solitarias. Qué paradoja!!

El otro día, aquel terrible choque de trenes ahora impecablemente rodado por Spielberg lo vimos ocho personas.

 
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