La sociedad del bienestar
La firma de opinión del neurólogo, jefe del Servicio de Neurología de Albacete y profesor de la Facultad de Medicina, Tomás Segura
La sociedad del bienestar
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Albacete
Hace unas semanas nos sorprendía la virulencia de las algaradas que recorrían toda Francia en protesta por el proyecto gubernamental de aumentar la edad de jubilación desde los 62 a los 64 años. Llama la atención tanto enfado cuando unos kilómetros más abajo, aquí en la vieja piel de toro, se nos acaba de subir esta edad hasta los 68 años. Y un poquito más al Sur, cruzando las Columnas de Hércules, los franceses podrían descubrir que cientos de millones de africanos viven sin derecho a jubilación, a bajas por enfermedad o a vacaciones pagadas o sanidad pública y gratuita. Pero explíquenle esto a los ciudadanos galos, que, como la mayoría de los de la Unión Europea, ya nacieron el seno de esta sociedad del bienestar, que nunca antes en la historia -y tampoco ahora en ningún otro sitio- proporciona tantos derechos a la sociedad, algo de lo que sin duda hay que alegrarse, aunque no vendría mal que también alguien se encargara de tanto en tanto de recordarnos también nuestros deberes.
¿Podrán mantenerse o ampliarse tantos derechos sociales? Yo soy médico, y quizá por ello creo que el modo de vida que conocemos cambiará antes en mayor medida no por el aumento de la edad de jubilación, sino por la limitación a una sanidad de máximos, universal y gratuita, como la que ahora disfrutamos. Es probable que si ustedes preguntan por este tema en concreto el 90% de mis colegas les contesten que la situación es insostenible. Cuando el sistema de salud británico y el español, que son los dos más parecidos entre sí en Europa, adoptaron la posibilidad de dar cobertura sanitaria a todos los trabajadores de manera gratuita para el completo de su vida lo hicieron para una Sociedad en la que la gente se jubilaba a los 65 años -y hasta entonces era productiva- y fallecía a los setenta y cinco, con enfermedades que en la mayoría de los casos suponían para el sistema un desembolso económico moderado. A día de hoy los franceses se jubilan a los 62 años y tienen una esperanza de vida de 83, y a su disposición fármacos y tecnología extremadamente caros a los que por supuesto tienen derecho cuando enferman. El aumento del coste sanitario en los últimos 50 años es probable que supere el 1.000%, cuando el producto interior bruto de las naciones europeas se ha doblado o a lo sumo triplicado en este tiempo. No hace falta ser economista para entender que algo hay que cambiar para seguir cabalgando esta incongruencia. ¿Creen que exagero? Hace 23 años, cuando llegué a trabajar a Albacete, eran 5 todos los neurólogos de la provincia, y no recuerdo una lista de espera ni mucho menos superior a la que tenemos ahora. Vivían entonces en la comarca casi los mismos habitantes que lo hacen hoy día, y sin embargo los veinte neurólogos que en ella nos desempeñamos ahora (contando los que lo hacen en los hospitales comarcales) no conseguimos evitar listas de espera que alcanzan hasta 1 año de demora en algunas áreas y para determinadas prestaciones neurológicas. ¿Qué ha pasado en estos veinte años?
Dos cosas fundamentales: la primera, la población ha envejecido y desarrolla más enfermedades neurológicas. La segunda y más importante, la sociedad está más informada y disfruta de una alta calidad de vida que quiere seguir manteniendo. Y por eso, ante cualquier síntoma, a veces trivial, otras veces no tanto, exige consulta con un especialista y la realización de las pruebas necesarias para descartar por completo que no exista una enfermedad subyacente. Las consultas se nos han llenado de personas que ya no recuerdan a la primera el número de teléfono de un amigo o el nombre de ese actor de cine que protagoniza la película, y pretenden saber si se trata de olvidos circunstanciales o la primera manifestación de una terrible enfermedad neurodegenerativa. Quieren saber para vivir más tranquilos. Y así, hemos dejado de atender enfermos para atender posibles enfermos. Hemos pasado de tratar, a prevenir.
Y esto es seguramente mejor, pero es mucho más caro, entre otras cosas porque hace necesario tener cada vez más médicos disponibles. Querer obtener información precisa de parte de un super-especialista es legítimo. Lo que plantea dudas es si podemos seguir manteniendo que esa legitimidad sea completamente gratuita. Que no solo sea universal y sin coste la Medicina que trata, sino también la que informa y previene. Ese es, de verdad, el debate que importa. Pero me temo que no lo escucharemos en este mes de Mayo electoral.