Descubre por qué el búho, el cuco y otros animales cantan su propio nombre

Cuenca

¿Por qué el cuco se llama cuco? ¿Por qué el búho se llama búho? Algunas palabras de nuestro rico idioma castellano que denominan a distintos animales derivan del sonido que emiten. Si hay un pájaro que dice cucú, pues le llamamos cuco. Así de sencillo. En el espacio La memoria de la tierra que coordina Tirso Moreno, miembro de la empresa conquense Vestal Etnografía y de la asociación cultural Los Ojos del Júcar, y que emitimos los miércoles cada quince días en Hoy por Hoy Cuenca, conocemos qué animales se llaman como el sonido que emiten.

Sonidos que emanan de nuestros campos y que son nombres en la boca de los humanos. “Son los conocidos como nombres onomatopéyicos que nos retrotraen a los albores de la Humanidad cuando, para comenzar a comunicarnos, le dimos nombre a las cosas”, explica Tirso Moreno. “las onomatopeyas, que a veces se usan como recurso literario, son representaciones orales o escritas de un sonido natural.

Onomatopeyas

Como ejemplo, al ladrido del perro le llamamos guau, al maullido del gato miau o al sonido que emite el grillo le decimos cricrí. O el kikirikí del gallo. O el pío pío del pollito. Más allá de los animales, otras onomatopeyas son: el ring del teléfono, el chinchín de un brindis, el tictac del reloj o el tolón de una campana. Incluso el ja, ja, de la risa es otro ejemplo.

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La palabra trueno recuerda a la fuerza de este fenómeno atmosférico. También ocurre en inglés con thunder o con la propia palabra que define a tormenta: storm. “Incluso el huracán se lleva todo por delante con el acento en la última sílaba”, apunta Moreno.

“El canto de los pájaros refleja un viaje paralelo al del propio ser humano”, explica Moreno. “Ellos utilizan sílabas, frases y cada especie tiene un repertorio propio. Se podría considerar como su propio idioma. Y hay muchos pájaros que al cantar dicen su nombre”.

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Pájaros que cantan su nombre

El cuco es uno de los ejemplos más fáciles de entender de animales que cantan su nombre con su cucú característico que hasta ha generado relojes muy característicos.

Al búho le pasa algo parecido. Ese ulular que se escucha por las noches en los bosques define claramente el nombre de esta rapaz nocturna.

A las alondras o totovías les pasa igual. Su trino dije claramente eso to-to-vía. “El nombre de la totovía, ave tan habitual en los campos de Cuenca, ha designado muchas otras especies como la cogujada montesina, pero en la jerga de nuestra tierra, al ser animales pequeños, marrones, discretos y cantarines, se han englobado a todas como totovías, cuando en realidad podemos encontrar cogujadas comunes, terreras, alondras o calandras.

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El graznar de la grulla, tan habitual en los periodos de migración del otoño o de finales del invierno, también dice su nombre.

“Hay un pájaro que con su trinar hace upupú”, apunta Tirso Moreno, “y si retrocedemos a su nombre primitivo en latín hablamos de la upupa que ha evolucionado a abubilla”.

Y dos ejemplos más entre las aves: el escribano triguero, llamado también chirriela, y el carbonero o chichipán, cuyo trino es tan parecido a ese nombre que les define.

Más allá de los pájaros

Algunos insectos como el grillo que hace cricrí y que igual podría ser grigrí, o la chicharra con su chicharreo continuo en las tardes estivales más calurosas, son buenos ejemplos de nombres onomatopéyicos.

“Creo que debemos ser conscientes de que es esencial conocer nuestro idioma para conocernos a nosotros mismos porque en el lenguaje que utilizamos a diario viven nuestros antepasados y son retazos de quienes fuimos. El lenguaje es algo vivo como nuestra especie que lo usa para comunicarse”, concluye Moreno.