Opinión

La resilencia de la ciencia

La firma de opinión del catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Castilla-La Mancha, Jorge Laborda

Jorge Laborda

La resiliencia de la Ciencia

Parece que finalmente hemos dejado atrás la dolorosa pandemia de COVID-19. No me mal interpreten, el virus sigue entre nosotros, acechando prácticamente en cualquier lado, pero gracias a la rápida generación de las vacunas de ARN, el coronavirus ha dejado de suponer una amenaza significativa para la inmensa mayoría de las personas.

Las vacunas de ARN, junto con las tecnologías de secuenciación del ADN, representan un avance significativo para “robar” información a los virus y utilizarla en su contra. Gracias a esta tecnología, es posible generar, con una rapidez antes imposible, vacunas adaptadas a las variantes del virus que puedan ir apareciendo. La información robada y transformada en ARN será utilizada para que nuestro organismo fabrique, de manera segura, algunos de los componentes del virus y el sistema inmunitario genere una defensa frente a él.

Sin embargo, los virus no son los únicos seres capaces de generar variantes a gran velocidad para escapar de la acción del sistema inmunitario. Otros seres capaces de hacer lo mismo son nuestras propias células cuando se han convertido en tumorales y generan un cáncer del tipo que sea. Sí, al igual que los virus, los tumores también evolucionan en el organismo del paciente que los alberga, y producen variantes capaces de escapar a la actividad defensiva del sistema inmunitario. Esta es una de las principales razones por las que los tumores acaban desarrollándose.

La evolución de los tumores es personal e intransferible, es decir, cada tumor evoluciona de manera diferente en cada paciente, que genera sus propias variantes. Esta evolución personalizada hace muy difícil la posibilidad de conseguir vacunas genéricas que, al estimular al sistema inmunitarito, podrían conseguir que este acabara por erradicar el tumor. Para lograr este objetivo, las vacunas genéricas no son adecuadas. Se hace necesario conseguir fabricar vacunas personalizadas para cada paciente, es decir, es necesario robar información a cada tumor, como antes hemos dicho que se debe hacer con las variantes de un virus, y generar con ella una vacuna de ARN eficaz para cada paciente particular de un tumor concreto.

Estamos todavía relativamente lejos de poder conseguir este objetivo, pero un paso importante acaba de ser dado en la buena dirección por un grupo de investigadores del Centro del Cáncer Sloan Kettering en Nueva York. Los científicos han logrado generar vacunas de ARN personalizadas para el cáncer de páncreas. En un ensayo clínico preliminar, las vacunas personalizadas generadas resultaron eficaces en ocho de dieciséis pacientes estudiados. Es un buen comienzo.

Mientras el mundo continúa avanzando hacia el fin de la civilización, algunos científicos se resisten a ese destino tan inapelable, a la larga, como la muerte de cada uno, y continúan ofreciéndonos promesas de un mundo mejor. Otros nos dicen, esta misma semana, que hemos sobrepasado siete de los nueve umbrales de los factores que permiten la vida humana sobre la Tierra. Aún otros nos avisan de nuevo, también esta misma semana, de los riesgos de novísimas tecnologías, como la inteligencia artificial, la cual, según voces numerosas, acelerará el fin de la historia, esta vez de forma contundente. Permítanme que muestre mi discrepancia. No serán las inteligencias artificiales ni cualquier otra tecnología imaginable lo que acabará con nosotros, sino nuestras emociones naturales las que lo están consiguiendo. Emociones como el egoísmo, la avaricia, el miedo, el odio, el desprecio, el racismo… son las principales amenazas para la civilización humana. Sin ellas, ninguna tecnología es peligrosa; al contrario, puede resultar muy beneficiosa, como esta que acabo de comentarles, encaminada a erradicar el cáncer. La tecnología y la ciencia nunca son culpables ni responsables. Solo el ser humano lo es.