Opinión

Vivir para creer

La firma de opinión del catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Castilla-La Mancha, Manuel Ortiz

Manuel Ortiz

Manuel Ortiz

Vivir para creer

03:49

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Albacete

Empezaré echando mano de la memoria. La Verdad, un periódico propiedad de la Iglesia con cabecera en Murcia, nació en su edición para Albacete cuando se intuía la Transición. Se cumplen ahora 50 años de su nacimiento (25/05/1973). Con un director atrevido y comprometido con los movimientos sociales del momento, Ramón Ferrando, que dio la palabra a líderes apenas conocidos y personajes anónimos que acabarían por protagonizar el cambio político desde Albacete. Ambos deberían ocupar un lugar privilegiado en la Historia actual de la provincia.

También, y con algo de nostalgia, me lo van a perdonar, quiero traer a colación otro aniversario porque aquel año también vio la luz en nuestra capital el tercer instituto de enseñanza secundaria, el Andrés de Vandelvira, conocido como el “Mixto”, también como el de los “rojos”, cuando ya estaban por delante el “masculino” y el “femenino”. Eran tiempos de masificación de la enseñanza y de aires de protesta y reivindicación, donde no faltaban las críticas a la Selectividad, ¡ya entonces! Muchas cosas han cambiado, pero se mantiene esa prueba de madurez para acceder a la Universidad que se acaba de realizar en la UCLM. En este campo ha crecido la llamada enseñanza concertada que, por cierto, compite con ventaja en las calificaciones finales, porque ya sabemos cómo se adulteran los expedientes de no pocos estudiantes procedentes de ese nicho social y económico que se nutre con el argumento falaz de la “libertad de enseñanza”.

Pasaré ahora a la Historia. Estos últimos días se ha confirmado el final de un corto, pero muy intenso ciclo político protagonizado por una formación que transformó el panorama político español, Podemos. Aquel movimiento ciudadano espontáneo, alimentado por la brutal crisis sistémica de 2008, dio lugar al famoso 15M que engendró una necesaria renovación de la política después de la larga hegemonía del bipartidismo y de la desafección ciudadana, sobre todo protagonizada por los más jóvenes, los grandes damnificados por las medidas austericidas implementadas por el gobierno conservador que ganó las elecciones por mayoría absoluta en 2011. Una transversal y amplia proporción de votantes arropó aquellas siglas convencida de su capacidad de transformación. Estuvieron cerca de superar por la izquierda al PSOE y acabaron formando gobierno con él. A pesar de los muchos obstáculos que se encontraron y de la mayúscula campaña mediática que les ha venido hostigando, buena parte de las medidas sociales más aplaudidas de esta última legislatura habrá que agradecérselas a su iniciativa. Es obvio que su actual ostracismo es también resultado de sus errores. Entre ellos, la obcecación por no rectificar a tiempo. Todavía pueden recuperar su proyecto si manejan con inteligencia la confluencia con la principal fuerza realmente progresista que se articula alrededor de Yolanda Díaz y de esa ilusionante fuerza que representa Sumar.

Sin salirme de mi ámbito profesional, quiero terminar atendiendo a la desaparición de una figura histórica, Berlusconi. Inventor del populismo desde que llegara en 1994 al gobierno italiano, ha dominado la escena política transalpina durante dos décadas y su herencia se proyectará todavía unos cuantos años más. Salvini y Meloni son, en realidad, sus herederos. Es difícil entender la dimensión de un individuo tan vulgar, zafio, mentiroso, machista y trapacero como él. Se alimentó de sórdidos negocios y vivió una larga etapa amparado en la impunidad hasta representar una amenaza para la democracia y una vergüenza para quienes creemos en ella. Parece fuera de lugar criticar al ausente y estar contra corriente si contemplamos el tratamiento de los medios, buena parte de ellos de su propiedad, por cierto. Dicen que cambió el futbol, y como aficionado solo puedo expresar mi repulsa; que cambió la política, aunque la convirtió en un vodevil cutre y esperpéntico que hizo de la ignorancia y el insulto sus principales virtudes. Su legado es simple: banalizó el fascismo y legitimó como fuerzas de gobierno a los neofascistas, además de criminalizar la resistencia italiana. Hoy Italia es un país mucho peor, pero también Europa, cuyos amigos, turcos, húngaros, polacos y rusos le añoran. Que los funerales de Estado y las mentiras no nos nublen la vista. El farsante no llegó a la política para atenderla como un servicio público para la comunidad, lo hizo para ganar dinero, eludir a la justicia y satisfacer sus instintos más bajos.

 
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