Opinión

Volver a empezar

La firma de opinión del catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Castilla-La Mancha, Manuel Ortiz

Firma de opinión: Volver a empezar

Albacete

Parece que fue ayer cuando me dirigí a ustedes antes del verano. Ha pasado poco tiempo, pero muchas cosas relevantes. Mi intervención tiene que ser breve y, por tanto, he de ir al grano: les voy a comentar algunas de esas cuestiones que han tenido lugar estas últimas semanas y que, a partes iguales, crean la sensación de que nos encontramos en un tiempo nuevo y, a la vez, que algunas constantes vitales siguen inamovibles.

Un auténtico fenómeno de masas generó en el estío la proyección de la película de Greta Gerwig, Barbie, de cuyo revuelo destacaré la reacción en esa parte del público masculino que se refugia en el rechazo ultra a todo lo que huela a feminismo. Sería muy conveniente que los hombres también nos emancipemos de los imperativos de nuestro propio género. La cinta aboga por romper con el círculo vicioso creado a propósito de la complementariedad de género que atrapa a hombres y mujeres y obstruye la búsqueda de nuestra propia autonomía.

Como si de un guion complementario se tratara, la selección femenina española de futbol ganó hace un mes el mundial. La actitud obscena, irrespetuosa y machista de un personaje, cuya trayectoria ya había dejado antes evidencias de su zafiedad, ha conmovido a todo el país y nos ha colocado en el punto de mira de muchas naciones que nos tenían como referencia en avances sociales por leyes como la del matrimonio entre personas del mismo sexo o la de eutanasia. A su vez, el caso es que la polémica de leyes como la del “sólo sí es sí” y los múltiples casos de violencia de género registrados en lo que llevamos de año están generando más polémica que acciones efectivas para erradicar esas lacras sociales.

Con el slogan “se acabó” se ha puesto en marcha un movimiento imparable que parece haber conmovido a mucha gente, aunque las resistencias siguen ahí. El rechazo al beso no consentido es la demostración más obvia de que las reivindicaciones de las mujeres por la igualdad han llegado para quedarse y no podemos banalizar ni blanquear comportamientos que van en contra de valores que tanto ha costado establecer.

En el ámbito político, a pesar de la celebración de las elecciones de julio, parece que todo sigue igual, aunque con la evidencia de haber perdido un tiempo fundamental en resolver problemas reales que afectan a tantas personas como la espectacular subida de los precios de los alimentos o las hipotecas. La democracia también ha evolucionado en España. Este no es el país que protagonizó con indudable éxito la Transición, ese periodo tantas veces invocado que ha terminado por prostituirse. Sobre todo, desde posturas viejunas que pretenden patrimonializar lo que fue de todos, pero que, forzosamente, tienen que ir adaptándose a las nuevas circunstancias. En 1978 muchos se escandalizaron por la creación de las Comunidades Autónomas, que se han mostrado como un acierto indiscutible durante todos estos años. Eran tiempos de bipartidismo y mayorías parlamentarias fáciles. Hoy, muchos de los que las defendieron contra los más agoreros, se escandalizan también porque en el Parlamento español se haya aceptado la utilización de las lenguas oficiales, además del español. Se trata, como ya se ha dicho de nuevo, de hacer normal en las instituciones lo que ya se hace en las calles de Galicia, País Vasco o Cataluña.

El tiempo pasa y nos cuesta aceptar cambios sociales y culturales impulsados por las nuevas generaciones y realidades. Somos conservadores, en general, y nos resistimos a aceptar el relevo y las propuestas que impulsan los “otros” por el temor a perder el control y explorar vías que intentan satisfacer aspiraciones legítimas. La fractura de la cuestión territorial sigue abierta y es urgente sofocar el trauma. Todos los gobiernos han negociado con los nacionalismos periféricos y han pactado acuerdos que nos han hecho avanzar. Culpar al contrario de ilícitos potenciales que nosotros no hemos podido alcanzar no deja de ser más que una hipocresía peligrosa en manos de masas manipuladas y desesperadas.