Opinión

Fechas para reflexionar

La firma de opinión del catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Castilla-La Mancha, Manuel Ortiz

Manuel Ortiz

Fechas para reflexionar

04:20

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Albacete

Ha terminado septiembre, un mes en el que tuvieron lugar sendos acontecimientos cuyos aniversarios han dado pie a diferentes conmemoraciones con trasfondos que merece repensar. Hace ya cien años, tuvo lugar el pronunciamiento del general Miguel Primo de Rivera, que inauguraría la primera dictadura de nuestro complicado siglo XX. Como capitán general de Cataluña aquel militar henchido de nacionalismo y de un novedoso populismo publicó el día 13 un manifiesto que venía a romper décadas de experiencias constitucionales acumuladas durante la construcción de la nación liberal. No había sido fácil pero la etapa final del siglo XIX y los primeros años del XX trajeron acuerdos políticos entre las diferentes ideologías que entraron en escena.

Todo saltó por los aires con un discurso que empezaba así: “Ha llegado para nosotros el momento más temido que esperado… de recoger las ansias, de atender el clamoroso requerimiento de cuantos amando la Patria no ven para ella otra salvación que libertarla de los profesionales de la política, de los que por una u otra razón nos ofrecen el cuadro de desdichas e inmoralidades que empezaron el año 98 y amenazan a España con un próximo fin trágico y deshonroso”. Continuaba la soflama con menciones a la voluntad de salvar a la patria de revolucionarios, corruptos y separatistas. No faltaban las socorridas apelaciones al machismo carpetovetónico y la exaltación de la monarquía. No en vano, el rey Alfonso XIII, notable receloso del parlamentarismo, nombraría al general presidente de un directorio militar. La experiencia, que priorizó las identidades patrióticas y de género en un primer plano político al promover unas nuevas “masculinidades nacionales” asociadas al autoritarismo, el militarismo y la moralidad cristiana, duró seis años. Aunque Blasco Ibáñez describió al presidente como un “eterno tertuliano de las casas de juego y las casas de ventanas cerradas donde se expende el amor fácil”; y Miguel de Unamuno le acusó de manchar la bandera española “con sangraza de asesinatos, con bilis y baba y pus de envidia cainita, con vomitonas de juerguistas, con drogas de rameras, con tinta de groserías y calumnias oficiales”, ha prevalecido una imagen benévola del régimen. Sin embargo, ni los discutibles éxitos de Marruecos, Alhucemas versus Annual, ni la brillantez de las exposiciones internacionales de Sevilla y Barcelona, en plena bonanza económica mundial, impiden considerar al marqués de Estella y sus seguidores como responsables de quebrar el frágil equilibrio político alcanzado y de reabrir la era de los cuartelazos y barricadas. Desde entonces propios y extraños recurrieron a la violencia política como instrumento válido para alcanzar el poder. Ergo, aquel golpe representa uno de los momentos más catastróficos de nuestra historia, sin paliativos.

Hace cincuenta años, en Chile, tuvo lugar otro golpe de Estado. Fue contra el gobierno democrático del socialista Salvador Allende. El promotor y futuro dictador sería el general Pinochet que mantendría con Francisco Franco una notable amistad durante los dos años que le quedaban de vida y más allá. Su relación sirvió para que el jefe del Estado Mayor del Ejército español le condecorara, en septiembre de 1975, con la Gran Cruz al Mérito Militar, la máxima distinción en tiempos de paz, otorgada por Franco. Aquel mes, también, la dictadura española sentenció a la pena de muerte a cinco miembros de ETA y GRAPO, lo que provocó una repulsa internacional ante la que solo Estados Unidos, con Henry Kissinger al frente de su política exterior, guardó silencio. Pinochet apoyó abiertamente aquellos fusilamientos a través de una carta que envió a Franco y confesó la admiración que sintió al presenciar el sepelio en el Valle de los Caídos. La crisis política abierta en el país sudamericano operó una gran influencia en nuestra Transición política a la democracia. En Chile, tras la actuación de un magistrado español, Pinochet sería llevado ante la justicia y condenado. En España no hubo justicia transicional y, al parecer, la memoria colectiva basada en la verdad ha preferido olvidar.

 
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