Paraíso o desierto
La firma de opinión del catedrático y profesor de Producción Vegetal de la Universidad de Castilla-La Mancha, Jorge de las Heras


Albacete
Los geólogos han dividido la historia de la Tierra en periodos. Actualmente, nos encontramos inmersos en el periodo Holoceno, que dura cerca de 12 mil años. Durante todo este tiempo la temperatura media de la Tierra ha variado poco más de un grado hacia arriba y hacia abajo –más hacia abajo que hacia arriba-.
Antes de este periodo tuvo lugar la última glaciación, esa época fría en la que ha discurrido la mayor parte de la historia de la humanidad primitiva. Sin embargo, por diversas y complejas razones relacionadas con la inclinación del eje de la Tierra y su órbita alrededor del Sol, hace unos 12.000 años comenzó un paraíso de estabilidad climática que tuvo como consecuencia una explosión de diversidad de animales y plantas.
Quizá sea este el paraíso que aparece en el Génesis de la Biblia. Sin embargo, en tan sólo 100 años la temperatura media del planeta ha subido 1 grado –más que en los 50 siglos anteriores– y al final del siglo XXI el planeta estará entre 5 y 12 veces más caliente de lo esperable. Los veranos y otoños tórridos que estamos soportando son sólo algunos avisos de lo que está por llegar. La principal causa de este aumento de la temperatura comenzó en el siglo XVIII, cuando un emprendedor herrero inglés tuvo la feliz ocurrencia de construir el primer puente de hierro del mundo.
Para tal hazaña no le bastaba con una pequeña fragua, sino que tuvo que idear la primera gran fundición de hierro, utilizando para ello cientos de toneladas de carbón. Fue tal el éxito, que en pocos años las fundiciones de hierro y acero proliferaron por toda Europa, quemando más y más carbón. A finales del siglo XIX, un tal James Watt inventó (o perfeccionó) la máquina de vapor, y eso sí que fue un gran invento, porque entre otras cosas, nos trajo el coche. Al carbón se sucedió el petróleo como fuente de energía, combustibles fósiles procedentes de árboles sepultados hace millones de años en las entrañas de la Tierra. Todo ese carbono, ha ido pasando del subsuelo a la atmósfera, en forma de CO2, y ahí permanece.
Hubo grandes empresas petroleras que allá por los años 50 financiaron costosos estudios en los que ya se podían intuir las consecuencias del acúmulo de estos gases en la atmósfera. Esos estudios acabaron lógicamente en un cajón, hasta que en 1988 se constituyó un panel de expertos para el cambio climático (el ahora famoso IPCC), en cuyo primer informe ya se advertía sobre el calentamiento global y sus consecuencias. El hecho es que el cambio ha llegado para quedarse.
El planeta se está calentando y el Holoceno ha perdido una estabilidad climática que, según estudios recientes, podría haberse mantenido otros 50.000 años (50.000 años más de paraíso) y, sin embargo, seguimos aumentando la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera.
Para limitar el calentamiento global de 1,5ºC a finales de siglo, Naciones Unidas considera necesario recortar en un 45% las emisiones de GEI antes de 2030 y suprimirlas en 2050. Esto implica una reducción mundial de 1.500 millones de toneladas de CO2-eq al año. Una barbaridad.
En España, casi el 70% de las emisiones de GEI procede de fuentes antropogénicas difusas, como son las emisiones del transporte, viviendas y comercios. El transporte es, por tanto, el principal emisor de GEI. Aún más, los vehículos que transportan personas y mercancías por nuestras calles y carreteras son la fuente mayoritaria de las emisiones del transporte, un 93%.
Pero tenemos unos grandes aliados en nuestro entorno, que absorben buena parte de las emisiones: los árboles. Un árbol captura alrededor de 10-30 kg de CO2 al año, lo que emite un vehículo que recorre unos 20.000 km. Necesitamos, por tanto, muchos bosques sanos que nos ayuden a deshacer el entuerto.
Actualmente, 10.000 municipios de todo el mundo han constituido el “Pacto de las Alcaldías” consistente en presentar Planes de Acción para el Clima y la Energía Sostenible, con el objetivo de recortar el 40% de las emisiones para 2030. Estas estrategias contienen medidas que preserven los mecanismos de absorción (arbolado), de mitigación (arbolado y resto de infraestructura verde) y adaptación (redes municipales de refugios climáticos)…
En definitiva, desde nuestras casas, nuestros barrios, nuestras ciudades, podemos hacer mucho para que el Holoceno siga siendo un paraíso climático y, por tanto, un paraíso de vida.
Lo que no podemos ni debemos es negar la evidencia, dar pábulo al negacionismo. Nos toca elegir: paraíso o desierto.




