La vejez
La firma de opinión del crítico cultural Juan Ángel Fernández
La vejez
Albacete
Que fea es la vejez... solía repetir mi madre cuando le asomó el otoño de la vida. Ahora, un pelotón de contemporáneos/as (entre los que me encuentro) esperan la salida de ése otoño oteando el horizonte. Y cuando más limpiamos el cristal del binocular más espeso barruntamos el humo, la neblina que empapa el objetivo. Si me dicen ayer que una brutal acometida bélica intentara borrar del mapa un suelo que es parte de la historia, una leyenda bíblica, una tierra envuelta en promesas y en descomposiciones, en supervivencias, no me lo creo; Si me dicen que un tirano sacado de una película de James Bond se quiere quedar con un país que no le pertenece y lo bombardea y machaca desde hace casi dos años constituyendo el mayor ataque militar convencional en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial busco desesperadamente la confirmación; si una película de la Metro Goldwin Mayer te presenta a un millonario engreído, jactancioso y endiosado como presidente de los Estados Unidos, etc, etc, etc.... crees, efectivamente, que menos mal, esas cosas solo se ven en el cine... por no sacar el tema del Cara al Sol coreado en una calle de Madrid (una broma de mal gusto). Y no, no es cine , es el tufo que se desprende de las incomodas predicciones.
Qué fea es la vejez, que nos dispone a estas alturas de la vida, ya toreados varias festejos inocentes con alguna cogida incluida pero combatida con la inmensa felicidad de hablar a menudo con tres nietos que no llegan a la decena... pero que antes te ofrece como aperitivo la incomodidad de esos desembarcos en la calle y la incongruencia de las citas falsas: ésa nombradía maldita de dictador mientras se entona con voces barítonas aquel viejo chascarrillo solariego con tufarada a cartilla de racionamiento, castigos y chanchullos económicos. Y es entonces cuando uno se aferra a las inevitables guías de los sabios... Ramón Lobo, por ejemplo, que antes de irse al infinito, sin que le tocara, apuntaba: La gratitud hacia los mayores es una cuestión de inteligencia anticipada: con suerte, algún día seremos lentos y torpes, y nos gustaría sentir cariño. Ahora, en la ya paciente espera a que llegue la vejez quisiera un mundo en que cada semana hubieran músicos que homenajear, pintores que recordar, poetas y escritores que leer sin pausas, cineastas, actores... y claro, inventores, viajeros o tipos como Juanjo Millas, Luis Mateo Diez o mi admirado Manuel Vicent envueltos en una memoria celestial que nos redimiera a todos del temor al final del camino, inexorable, cualquier día de este siglo XXI.
Qué bella es la esperanza...