2024… Todo sigue igual
La firma de opinión de Manuel Ortiz, catedrático de Historia Contemporánea de la UCLM
2024…Todo sigue igual. La firma de opinión de Manuel Ortiz
Aunque ya han pasado diez días, me proponía hoy dirigirme a ustedes con los mejores deseos para el año nuevo, pero, sinceramente, y más allá de las buenas intenciones, no veo motivos para el optimismo. Es cierto que la globalización puede explicar que padezcamos síntomas muy parecidos a los de otras muchas sociedades y naciones, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados y caer en un rutinario determinismo. Está en nuestras manos revertir algunos problemas que nos sofocan y, aunque parto de mi escasa capacidad para convencerles, no quiero perder la ocasión de hacerles pensar.
Desde el año 1989 el mundo vive una larga etapa de transición con destino impredecible. La idea de progreso, consustancial a la contemporaneidad, ya no convence ni a los más optimistas. Tampoco se trata de caer en el manido tópico de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero es de obligado cumplimiento que pensemos en los beneficiados por un clima tan negativo en lo político que está impregnando nuestra vida cotidiana. Ya saben ustedes que las expresiones crispación y polarización han batido récords en los últimos meses y que no hay motivos para pensar que vayamos a dejar de utilizarlos profusamente, al menos a corto o medio plazo. Un dato, este año más de 3.700 millones de personas podrán votar en elecciones en 70 países. A nosotros nos afecta especialmente el proceso europeo, donde nos jugamos mucho más de lo que se suele pensar, pero también empieza el ciclo autonómico con Galicia a la vuelta de la esquina.
A mis alumnos les insisto en que no se dejen llevar por este relato dominante que, particularmente en España, advierte con hipérboles y mentiras de una suerte de apocalipsis democrático resultado de la acción de un gobierno que se ha convertido en el blanco de todo tipo de ignominias y desacreditaciones. Aunque algunos dicen que todo empezó el pasado 23-J, lo cierto es que desde que triunfó la moción de censura contra el gobierno de M. Rajoy se inauguró una campaña de acoso y derribo que, probablemente, no terminará hasta que el PP vuelva a la Moncloa. Primero fue la calificación de ilegítimo y ahora se habla de deslealtad constitucional para describir un panorama que poco tiene que ver con la realidad si aplicamos parámetros mínimamente racionales. El caso es que desde posturas autoritarias y amenazantes se acusa de tiranos a rivales políticos que ahora han pasado a ser directamente enemigos, sin pararse a pensar en la responsabilidad que eso supone.
La deriva política que empezó con el auge de posturas de la derecha radical global llegó un poco más tarde aquí, pero corre el riesgo de batir cotas insoportables. Y lo mejor es que todo parece valer para construir un guion que cada vez más personas están comprando llevados por emociones que crean una peligrosa identidad. Es asombroso que con una retórica ampulosa y lenguaje aparentemente democrático se esté consiguiendo sumar a votantes que confunden al verdadero responsable de sus males porque no quieren o no les interesa contrastar opiniones o falsas informaciones.
A falta de tiempo y espacio, me quedaré con una pequeña propuesta. Tiene que ver con la elección de nuestros políticos. Al fin y al cabo, la política no deja de ser una profesión y conviene que quienes nos representen estén lo mejor preparados posibles. Recuerdo de mis consultas a la prensa de la Transición a muchos “nuevos políticos” que presumían de no tener títulos ni experiencia en estas lides, pero después de estos años sería conveniente que fuéramos más exigentes con el objetivo de elevar la calidad de la acción política. A los futuros docentes se les exige un master profesionalizante, igual que a los abogados y a los jueces se les envía a la escuela de práctica jurídica y a los médicos al MIR. Los políticos deberían también tener un rodaje y acreditar algunos méritos. Podrían empezar por leer más y oír y dialogar de manera fluida respetando a los contrarios. El sistema democrático que hemos construido es muy válido, pero sólo puede ser eficaz si quienes lo administran se lo proponen y ponen buena voluntad. Así, resulta inadmisible que, en una sesión parlamentaria, de la institución que sea, un grupo se ausente porque no quiere oír argumentos que no comparte o le son incómodos. Un representante público debe tener un comportamiento ejemplar y no debería hacer uso del lenguaje o las formas violentas ni amenazar gratuitamente. Eso se contagia en la calle y sirve para que muchos se sientan invocados. Admitamos que se pueden tener concepciones diferentes de un país y no por ello pretender imponer la nuestra o utilizar obscenamente hasta la Constitución. La política debe de ser útil a la sociedad para administrarnos y resolver problemas. Por ejemplo, la España de las Autonomías fue una demanda mayoritaria y ha dado excelentes frutos, pero se debe de partir de la colaboración entre instituciones porque son parte del mismo Estado y no podemos utilizar las mascarillas, los pélets o hasta las víctimas gazatíes como arma arrojadiza.