¿Nada es verdad ni mentira?
La firma de opinión del abogado, decano del Colegio de la Abogacía y vicesecretario general del Colegio de Abogados de España, Albino Escribano
'¿Nada es verdad ni mentira?', la opinión de Albino Escribano
Albacete
No sé si han tenido oportunidad de ver las imágenes que últimamente se suceden en el Congreso de los Diputados y en el Senado durante el desarrollo de los debates. Digo debates por llamarlos de algún modo, ya que el debate debe tener como objetivo la exposición y el intercambio de ideas en un ámbito civilizado de respeto entre los intervinientes.
Independientemente de cuál sea el objeto de la discusión, parece ser que la palabra más adecuada para definir la situación es la de enfrentamiento total. Se ha utilizado también la expresión polarización, que viene a significar extremismo en las posiciones, que todo es blanco o negro según el lado en que te encuentres. La prudencia se muestra en retirada. La moderación aparece engullida por una marea permanente.
La verdad es que a veces el debate político, de aquellos en los que confiamos la gestión de los asuntos públicos, de los asuntos de todos, se parece en su exposición y desarrollo más a un programa televisivo futbolístico o del corazón que a una racional discusión sobre la realidad. Da la impresión de que cada uno lleva puesta la bufanda con sus colores dispuesto a defenderlos en contra del oponente, hoy convertido en enemigo, diga lo que diga.
Ello lleva a que una cosa esté bien o mal no porque esté bien o mal, sino conforme se interprete según el ideario del líder del momento, las necesidades del día u otras consideraciones ajenas a la cuestión.
Y lo que es peor, este ideario de hincha, de forofo, de ultra, trasciende a todas las esferas de la sociedad. Un hecho concreto sin mayor trascendencia o significado dentro del ámbito en que se produce, hay que interpretarlo según convenga. Si el oponente dice una cosa, la respuesta debe ser la contraria por imperativo de la confrontación impuesta. El interés particular prevalece sobre la necesidad real. Si conviene decir cualquier cosa se mantiene como sea. Nada de enmiendas. El reconocimiento de errores se reserva, supongo, para los libros de memorias.
Decía el poeta que en este mundo traidor, nada hay verdad ni mentira. Estos versos califican con bastante acierto la situación a la que hemos llegado: todo es relativo y la realidad no es otra cosa que lo que en cada día convenga que sea. Y así se nos cuenta. Lo imaginado por Orwell se hace realidad.
Se supone que todo pensamiento debe llevar a una conclusión. La mía es que el desencanto que todo esto genera en el ambiente no puede servir de simple consuelo, ni para dar por perdido lo construido con tanto esfuerzo, ni para impedir la intervención de quienes entienden que no todo vale, que los intereses colectivos están por encima de los particulares y que, ante la marabunta de gritos, frases fabricadas y líderes mesiánicos, es necesario pararse a reflexionar, a pensar por sí mismo, y ser consciente de que el futuro, el de todos, se construye ahora.
Y todo esto sería deseable, a ser posible, sin demagogia barata y sin libertadores, que ya tenemos bastantes por el mundo.