Aún la pena capital
La firma de opinión del catedrático de Derecho Penal de la Universidad de Castilla-La Mancha, Nicolás García Rivas
'Aún la pena capital', la opinión de Nicolás García Rivas
La semana pasada impartí una conferencia sobre la pena de muerte en la Facultad de Derecho de la Universidad de Cantabria, invitado por mis compañeras Paz de la Cuesta, Barbara San Millán y Valentina Dipse.
Es de conocimiento común que nuestro país abolió la pena de muerte en la Constitución y que desde entonces no se ha ejecutado a nadie. Pero es menos conocido el hecho de que Europa es un oasis abolicionista en medio de un mundo que sólo de manera parcial ha llegado a la convicción de que matar a un ser humano no es un medio de resolución de conflictos sociales, ni siquiera si se ha comportado con la brutalidad de un asesino en serie. El Estado juzga y condena, pero no puede - debe - matar.
Aunque pueda resultar sorprendente, comencé mi conferencia hablando de la Biblia, del Levítico, lugar en el que la creencia cristiana describe el famoso “ojo por ojo” que sitúa la justicia divina en un extremo peculiar. Es también el lugar en el que el sacrificio a favor del dios Yahvé representa el pago al creador por los pecados cometidos. Pero la figura que quizá explica mejor que ninguna otra el significado ancestral de la muerte como gesto redentor es la muerte de Jesucristo a manos de sus iguales y la creencia en que esa ejecución de la pena capital sirvió para la redención de la humanidad. Eso creen los cristianos.
El progreso de las ideas desde el brutalismo medieval hasta el racionalismo contemporáneo ha servido también para ir arrinconando poco a poco esa idea de la redención, confinándola en la esfera de las creencias y supersticiones, fuera por tanto del mundo analítico. La teoría del chivo expiatorio expresa en la psicología contemporánea la satisfacción por el sacrificio ajeno como instrumento salvífico de la propia alma; pero no deja de ser un mecanismo que habita en las profundidades de la inconsciencia.
Naciones Unidas cuenta con un Protocolo suscrito en 1989 para eliminar la pena de muerte en el mundo, pero casi la mitad de los países miembros no lo han suscrito. Y muchos condenan por delitos no de extrema gravedad, como el tráfico de drogas o incluso por conductas que ni siquiera deberían ser castigadas, como el adulterio o la práctica homosexual. Una barbaridad.
Por el contrario, aquí contamos con el Convenio Europeo de Derechos Humanos y sus Protocolos adicionales, que han eliminado la pena de muerte incluso en tiempo de guerra en todos los países de la Unión. Nada de pena capital. Un oasis. Pero la lucha no acaba ahí. Nuestra Unión Europea debe abanderar la lucha para que esta pena bíblica deje de estar vigente en medio mundo, orientándole hacia la humana racionalidad desde la barbarie punitiva.