El desapego
La firma de opinión del abogado, decano del Colegio de Albacete y Presidente de la Comisión de Deontología del Consejo de la Abogacía Española
'El desapego', la opinión de Albino Escribano
El ser humano es complicado. Cada uno tenemos nuestras cosillas que, a veces, son difíciles de entender por los demás. Si como individuos somos distintos, la convivencia entre individuos complicados, que supone la suma de rarezas de cada uno de ellos, se torna exageradamente difícil.
¿Cómo se puede organizar esto? Una visión esperanzadora de la humanidad, nos lleva a pensar en que el interés de todos es más importante que los intereses individuales, los cuales también tienen que ser protegidos. Y ello a que la solidaridad y colaboración de todos nos hace mejores como grupo y como individuos.
Partiendo de esto, dicho de forma muy esquemática, la sociedad ha evolucionado hasta llegar al día de hoy, en el que la vida en comunidad solo puede concebirse, para una persona que no presente sesgos totalitarios, como un mundo regido por reglas fruto del acuerdo de la mayoría y que protegen los derechos y establecen las obligaciones de todos y de cada uno.
Lógicamente, esa evolución se manifiesta también en la forma de elegir a quienes han de dirigir o gestionar el día a día de la comunidad. Por muy seguro que parezca un sistema gobernado por el más fuerte, parece que es más razonable que los elegidos lo sean por mayoría, y que, además, sean los más capaces para lograr los objetivos comunes, básicamente para que las cosas funcionen adecuadamente.
El problema es cuando los elegidos se creen con derecho a ser elegidos, prescindiendo del objeto de su elección. Cuando su capacidad no parece ser el motivo de su situación. Cuando en vez de pensar y debatir sobre lo que es preciso para mejorar la vida de los ciudadanos, que no siervos, se dedican, día tras día, todos los días, a intentar destruir al oponente, prescindiendo de las ideas y de la necesidad de trabajar en aquello para lo que fueron elegidos. Su trabajo parece ser obtener y mantenerse en el poder, no trabajar para aquellos que los mantienen allí y en los que sólo piensan cuando les son precisos para continuar en el lugar en el que, a juzgar por su actitud, tienen derecho a permanecer.
Ese universo paralelo, ajeno a las necesidades reales, centrado en su vocación de permanencia en el poder, sólo puede generar desapego en quienes asumiendo sus circunstancias personales se esfuerzan en mantenerse a flote cada día y que sólo quieren vivir en paz con los demás dentro de las reglas en un mundo muy distinto al en que insisten en jugar aquellos que debían procurar su bienestar.