La Historia, arma de futuro
La firma de opinión del catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Castilla-La Mancha, Manuel Ortiz
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En 1933 el nazi Goebbels orquestó una serie de medidas para quemar libros. Contó con la colaboración de varias ligas estudiantiles. Son desgraciadamente célebres las imágenes de cientos de personas en la Plaza de la Ópera, en Berlín, con el brazo en alto, a la romana, en las que se pueden apreciar las quemas de publicaciones consideradas subversivas. -Paradójicamente, nada mejor que poder leer el Mein Kampfde Hitler para caer en su horror, igual que poder visualizar Raza para recelar del franquismo-. La propaganda nazi quiso dar a entender que se trataba de un gesto espontáneo que demostraba la manera de actuar y pensar de los alemanes contra “la decadencia moral” y el “bolchevismo cultural”. Las hogueras se reprodujeron en todas las universidades porque se quería también confirmar que de sus ámbitos no saldría ningún atisbo de oposición al régimen nazi. Era nada más y nada menos que una estrategia de conquista de la hegemonía cultural.
En 1978 la historia se repetiría en Argentina. La Junta Militar, ese malhadado régimen que ahora pretende reivindicar y blanquear Milei, acusó a la editorial del Centro Editor de América Latina de “publicar y distribuir libros subversivos”, y dieron comienzo un sinfín de problemas en la empresa. De hecho, en agosto de 1980, en una pequeña localidad bonaerense, unos camiones descargaron más de 1,5 millones de libros publicados por dicha imprenta. Unos policías los rociaron con nafta y los quemaron. Los militares argumentaron que eran libros subversivos que invitaban a “imaginar y pensar realidades diferentes a las establecidas”.
En 2022 las bibliotecas de los Estados Unidos registraron peticiones para retirar más de 2.500 títulos, el doble que el año anterior. En el Estado de Florida cuentan con leyes que prevén penas de cárcel de hasta cinco años para profesores y bibliotecarios que se salten los vetos. Así, muchos prefieren retirar libros o cubrir estanterías para evitar males mayores. Quienes denuncian estas prácticas sostienen que se trata de “un ataque a la educación pública en toda regla” y es que la persecución conservadora de libros se ha convertido en parte del paisaje cotidiano en ese país desde la pandemia, cuando muchas familias lanzaron una cruzada para “cuestionar” esos currículos. Forma parte de la extrema polarización que se ha adueñado de la nación y que permite hablar de una auténtica “guerra cultural”. Florida ha aprobado tres leyes educativas que prohíben infundir un “sentimiento de culpabilidad en los estudiantes por las acciones de sus antepasados”, dentro de lo que conocemos aquí como memoria histórica, ahora democrática, que pretenden eliminar. Pero también proscribe la conversación en clase sobre orientación sexual e identidad de género. Se pretende fijar lo que es adecuado que lean los niños para lo que se ha recortado el tiempo para leer a cambio de jugar en silencio en el aula. Lo último es que el Partido Republicano ha formulado una propuesta legislativa que permitiría que la simple denuncia de un progenitor baste para retirar un título, sin necesidad de estudiar los motivos.
Decía el poeta Gabriel Celaya que la poesía es un arma cargada de futuro. Permítanme que lo traiga a mi terreno y cambie poesía por Historia. Los animo a conocerla más y mejor, sobre todo, desde la lectura y he pensado en una recomendación, espero que oportuna ahora que estamos convocados a las urnas con motivo de las elecciones europeas del 9 de junio. Se trata del libro de Timothy Garton Ash, un británico amante de Europa, que lleva por título, precisamente, Europa. Una Historia personal. Tendrán la oportunidad de conocer los orígenes y la evolución de nuestra cultura, la del viejo continente, y entender que ahora más que nunca sólo podemos hacer frente a los enormes retos que la globalización nos ofrece si somos capaces de defender un proyecto común europeo basado en los valores de la democracia admitiendo nuestra diversidad.