El cadáver de Fernando de Rojas
La columna de opinión del historiador y profesor talaverano, Ángel Monterrubio
El cadáver de Fernando de Rojas
Talavera de la Reina
En marzo de 1936 llega a Talavera, Luis de Coreaga Echevarría, cónsul de Nueva Orleáns, para hacer realidad su gran sueño: descubrir los restos del cuerpo de Fernando de Rojas.
Gran admirador de la figura del insigne escritor, vino pertrechado con la copia del testamento del autor de La Celestina, el recibo de pago con los derechos para el enterramiento en el altar mayor del convento de la Madre de Dios, las autorizaciones de excavación -tanto del Gobierno como del Arzobispado- y el apoyo y colaboración de la familia talaverana de los García Verdugo.
El convento se había extinguido en 1930 pero se conservaba la iglesia, que había pasado a depender de la parroquia de Santiago. Coreaga se pone manos a la obra la mañana del día 21 de marzo, iniciando la excavación en el mismo centro del altar mayor.
Casi cuatrocientos años después, aparecieron los restos de un ataúd de excelente madera y fina ferrería, trozos de hábito pardo de la orden Franciscana, pedazos del cordón del hábito, fragmentos de una almohada y una cajita de madera cubierta de tela y adornada con lentejuelas que sostenía el cadáver sobre su mano derecha, y ésta sobre el cuerpo. El cadáver no estaba colocado con la cara hacia arriba, como es habitual, sino de costado, el brazo izquierdo encogido y la mano derecha sujetando su cabeza. Ésta es la posición clásica de estudio y lectura que Rojas acostumbraba. Sus propias palabras nos lo recuerdan al inicio de la Tragicomedia: "asaz veces, retraýdo en mi cámara, acostado sobre mi propia mano, echando mis sentidos por ventores y mi juicio a bolar".
Ángel Monterrubio
Diplomado en Profesorado de E.G.B., Licenciado...