El color rojo de las líneas
La firma de opinión de la periodista y presidenta de la Asociación de la Prensa de Albacete, Loli Ríos Defez
'El color rojo de las líneas', la opinión de la periodista Loli Ríos
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Fue el 26 de mayo, domingo. Estaba atado a una farola, no recuerdo si con unas bridas o con el infalible sistema de seguridad de celo enrollado como si no hubiera un mañana. Tengo que reconocer que el soporte había sido elegido estratégicamente porque alumbraba una de las terrazas de la Avenida de España. No habría ojos, de los sentados a cualquiera de las mesas, que no reparase en él. Para mí, era la primera vez, o eso creía.
Cuando lo vi, me pregunté quién sería el optimista ése que iba pegando una foto de su cara por las farolas de Albacete para hacer campaña en las elecciones europeas. “Es Alvise, el que arengaba para las concentraciones en Ferraz y después salía en un vídeo diciendo que se iba a cenar”, me contaron. Caí en la cuenta, lo había visto antes.
Entonces, cometí el error de imaginar que semejante individuo sacaría, como mucho, una decena de votos. Seguí ahondando en mi equivocación cuando encontré un fragmento de entrevista en la que el personaje explicaba sin rubor que su intención era conseguir la inmunidad que viene debajo del brazo de un acta de eurodiputado.
Me reafirmé en mi idea errática el día que lo escuché proclamar que iría a Canarias acompañado de coroneles en la reserva para explicarle a la preocupada ciudadanía que alguien estaba haciendo algo por impedir la inminente invasión marroquí. Por cierto, nótese que el tipejo en cuestión no tiene pinta de tener antepasados caucásicos, precisamente. Después de la heroicidad de defender España, narraba, compraría unos terrenitos para construir una mega cárcel en la que al primero al que iba a meter sería al actual y legítimo presidente del gobierno, y que todo eso lo iba a hacer por demócrata (claro, y valiente y machote). Un salvapatrias avanzado de manual, vamos. De verdad que llegué a pensar que era broma, una ironía llevada al extremo para demostrar lo ridículos que son esos discursos y que no hay ser con dos dedos de frente que se los trague.
Pero llegaron las once de la noche del domingo. La decena de votos que yo imaginaba se habían convertido en 800.000, (el 75%, de varones jóvenes) y la ardilla con la careta de Anonimus era la cuarta fuerza política en mi ciudad con casi 5.000. Todo lo había conseguido con carteles en farolas, sin un minuto en la televisión y divulgando exageradísimos bulos en redes.
Quisiera pensar que las europeas invitan a ser un poco vándala a la hora de meter la papeleta en la urna, pero igual vuelvo a pecar de ilusa. 800.000 son muchos votos. Sigo con la boca abierta y un poquito de mieditis, porque, en este país, los hay muy daltónicos que no distinguen el color rojo de las líneas.