La política a ras de suelo
La firma de opinión del catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Castilla-La Mancha, Manuel Ortiz
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Con esta firma me despido de ustedes por esta temporada. Lo quiero hacer, perdonen mi deformación profesional, con una tarea pendiente para estas vacaciones. En realidad, me dirijo a los jóvenes, a los que cuentan menos de 35 años. A la luz de los últimos resultados electorales, son los más propensos a votar a la extrema derecha. Una cuarta parte de estos, nativos democráticos a los que les de igual un Gobierno que otro, admiten que “en algunas circunstancias, un Gobierno autoritario es preferible a uno democrático” porque los políticos no se preocupan por ellos y solo se mueven por sus propios intereses.
Se trata de una consecuencia subrayada por la mayoría de los expertos que han analizado los últimos comicios europeos que han alterado el juego de equilibrios entre las clásicas familias políticas alineadas en el centro derecha o el centro izquierda. Cabe subrayar el impacto que han tenido estas votaciones en países como Francia, con Le Pen a las puertas del Elíseo, junto con Alemania, el principal motor de la actual UE, sobre todo desde la salida de GB con el Brexit.
La situación, previsible y progresiva, ha impulsado la búsqueda de explicaciones. Me centraré en el caso español. La desafección democrática ha impactado especialmente en los jóvenes por varios motivos y les empuja a la antipolítica. En parte, porque no han vivido la última dictadura ni sus nefastas consecuencias y, también, porque resignados a vivir peor que sus padres, piensan que la política no puede procurarles nada y pretenden darles una patada a los políticos unos centímetros por debajo del cinturón. Creen que la democracia no lleva aparejado el bienestar ni la seguridad de un futuro mejor y se limitan a expresar su malestar, muchas veces impostado, basado en la desconfianza de los viejos modelos. Todo ello en un contexto dominado por una nueva realidad comunicativa, unas redes sociales que se mueven predominantemente con mensajes falsos pero eficaces.
En España creíamos que el fenómeno no llegaría porque la pertinaz longevidad del franquismo nos habría vacunado y habría hecho que anheláramos la democracia como una tabla de salvación mirífica. Pero no hemos sabido transmitir sus valores y estos no surgen por generación espontánea. Eso tampoco ha funcionado en Portugal, el país más parecido al nuestro en esto, ni en Chile o Argentina. Conocimos episodios bochornosos, aunque minoritarios, de estrambotes que apostaron por personajes como Ruiz Mateos o Jesús Gil, pero ahora ha irrumpido con fuerza un individuo que ha tenido la genial ocurrencia para librarse de alguna causa penal de llamar a su no “proyecto” Se acabó la fiesta. Los 800.000 votos de Alvise van mucho más allá de un fenómeno local o coyuntural, pues ha conseguido un resultado bastante homogéneo en toda España (aunque un poco mejor en Madrid, Andalucía y Valencia frente a la casi irrelevancia de Cataluña, Euskadi, Galicia o Navarra). Sumados a los ya casi “clásicos” apoyos de VOX y la deriva extremista de, al menos, un sector del PP, nos ofrecen unos datos más que preocupantes que debemos intentar entender y combatir porque en ello nos va el futuro.
Estos jóvenes que están por todas partes se sitúan fuera del sistema porque se sienten maltratados por él. Piden expulsar a inmigrantes, pero desconocen que el país necesita casi 25 millones hasta 2053 para mantener el sistema de pensiones. Desconfían de los viejos modelos y crean líderes que satisfacen sus demandas. Así hemos visto fenómenos como el de Jordan Bardella en Francia, un joven que abandonó sus estudios superiores y que carece de la necesaria formación para afrontar retos tan ambiciosos como la jefatura de un gobierno, o el caso del chipriota Fidias Panayiotou, youtuber sin cualificación que con sólo 24 años ha conseguido el acta para Bruselas, que ha reconocido no tener ni idea sobre cuestiones de política europea.
En febrero de 1942 Stefan Zeig, escritor austriaco judío, se quitó la vida, junto a su esposa Lotte, en la ciudad brasileña de Petrópolis después de ingerir veneno. Allí se había exiliado huyendo de las trágicas consecuencias de la expansión nazi. Apenas unos días antes había enviado a su editor sus memorias, El mundo de Ayer, una loa a un pasado europeo idealizado anterior a la IGM. No pudo superar su proverbial fatalismo. Afortunadamente, poco después el viejo continente conoció sus mejores años marcados por la solidaridad y los valores que amparan las Comunidades Europeas y que nos han permitido un presente prometedor.
Lo que les pido es que se animen a leer estas vacaciones textos que no coincidan con sus propias tesis, es decir, que rehúyan el llamado sesgo confirmatorio que consiste en leer solo lo que apoya nuestras ideas. Tal vez así puedan evitar determinados prejuicios que, por ejemplo, les impide ver que anteayer los inmigrantes éramos nosotros.