Volver a empezar
La firma de opinión de la catedrática de Trabajo Social de la Universidad de Castilla-La Mancha, María José Aguilar
Albacete
Les confieso que el deseo de verano con el que me despedí de ustedes en junio no tenía muchas esperanzas en que se cumpliera. El genocidio y exterminio del pueblo palestino por parte del estado de Israel no solo no se ha detenido sino que se ha extendido. Los actos terroristas del estado de Israel de estos días contra personas en el Líbano, apuntan hacia una guerra regional como huida hacia adelante por parte del régimen sionista.
Pero cuando en junio me despedí de ustedes al final de la temporada, les confieso que jamás pensé que tres meses después la situación respecto a otro de los temas que traté entonces, sería hoy peor que en junio. Me refiero a la extensión y el profundo calado de los discursos de odio en nuestro país.
Y es que si hace tres meses en la lista de problemas de los españoles publicada por el CIS, la inmigración no era ninguno de los principales problemas que preocupaban a los españoles, hoy, con un verano de por medio que no ha tenido nada de extraordinario, los españoles consideran que ese es nuestro principal problema como país; muy por delante del problema de la vivienda, la precariedad en el empleo, la pobreza, el caos climático, la corrupción u otros.
Es curioso que las mismas personas que consideran la inmigración como el gran problema de España, resulta que cuando tienen que responder a la pregunta de qué problema les afecta a ellos personalmente, no aparece la inmigración.
Esta situación, muestra hasta qué punto los discursos de odio de la extrema derecha, la ultra derecha, la derecha, el extremo centro y buena parte de la izquierda (especialmente la que gobierna estos asuntos), han calado en una población que no tiene especiales conflictos de convivencia.
Y es que la idea central respecto a la inmigración de todas estas fuerzas políticas es la misma: la derecha dice abiertamente que hay que expulsar masivamente a las personas migrantes, y el gobierno dice que hay que evitar que lleguen (financiando con nuestros impuestos a regímenes dictatoriales como Marruecos o Mauritania para que así sea).
No importa que los datos objetivos desmientan totalmente este discurso de rechazo y deshumanización de las personas migrantes. No importa que muchas de las personas que han respondido al CIS señalando la inmigración como principal problema general (que no personal) dependan de personas migradas para atender a sus mayores, a sus hijos, a sus campos, o a sus bares y hoteles. Tampoco parece importar que nuestros barrios y pueblos no mueran gracias a los nuevos vecinos migrantes, lo mismo que el sistema de pensiones que solo se sostendrá en el futuro gracias a ellos.
Y es que la mentira constante, como decía la filósofa Hannah Arendt, no tiene por objetivo hacer que la gente se crea una mentira, sino garantizar que nadie crea en nada. Porque un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira, no puede distinguir entre el bien y el mal. Un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está sin saberlo sometido al imperio de la mentira. Con gente así puedes hacer lo que quieras.
En esta temporada, les propongo volver a empezar desde este breve espacio de reflexión. Para recuperar el poder de pensar desde lo humano. Enfocando, sobre todo, lo invisible.
'Volver a empezar', la firma de opinión de María José Aguilar