Paleta de biodiversidad

Albacete

Hoy les voy a recitar una cancioncilla que escribí hace unos años, inspirada en la estampa que, en mi imaginario, vislumbro cuando pienso en la enorme diversidad biológica que habita la Tierra. La letra no deja de ser un brevísimo recorrido por las variadas formas de vida, desde las más sencillas a las más complejas, pues el abanico completo es infinitamente mayor. Como si de una premonición fatal se tratara, comencé la composición haciendo referencia a la peligrosidad de algunos virus, cosa que se materializó no mucho tiempo después en forma de pandemia. La biodiversidad nos asestó un golpe implacable, en reacción a lo mal que, a menudo, nos relacionamos con ella. A decir verdad, nada hay ñoño en la naturaleza. Pero de este asunto ya hablaremos otro día. Perdimos seres queridos, y a su memoria quiero dedicar, de corazón, la firma invitada de hoy. Permítanme, pues, que les cante la colorida paleta de la biodiversidad.

Virus letales e inocuos, bacterias que descomponen, fermentan, enferman, hongos misteriosos, codiciados unos, otros venenosos, algas de todos los tamaños, que en suspensión verdean las aguas o ancladas cubren sus lechos, líquenes frugales y estoicos, musgos en los rincones frescos y umbrosos, helechos verdes y vigorosos, los grandes árboles de las plantas gimnospermas, como las sequoias, reyes de los bosques en otros tiempos, las plantas angiospermas, a las que casi todo les debemos, desde el romero que cruza caminos nuevos, hasta el tomate que madura y espera en mi huerto, además de los cereales y las legumbres, que auparon a las civilizaciones y los pueblos a lo largo de los tiempos, hierbas que cubren la estepa y sustentan rebaños completos, matorrales recios, que dan sombra y protegen suelos maltrechos. Sencillos protozoos, esponjas marinas henchidas de agua, medusas gelatinosas que surcan los océanos con su danzar urticante y lento, diminutos corales que reunidos construyen muros inmensos, anémonas, estrellas y holoturias de colores intensos, gusanos, que los hay muchos y muy diversos, como los nematodos, que pueblan por millones los suelos, los platelmintos, que se alojan en el intestino grueso, las lombrices, que mezclan y enriquecen la tierra caliza de los campos y de los huertos. Hay más, hay ctenóforos, rotíferos, briozoos, loricíferos, braquiópodos, están los moluscos acuáticos y sobre la tierra el caracol discreto, media vida arrastrando la casa y la otra encantado en un sueño eterno, los crustáceos, acorazado con fuerte armadura todo su cuerpo, los arácnidos, tejedores del hilo maestros, los insectos, los increíbles insectos, que inventaron casi todo para habitar cualquier medio, miles de peces, que les fue bien en el agua y no conquistaron el suelo, los anfibios, en la frontera de ríos, lagos y arroyuelos, los reptiles de frío aspecto, que sin embargo necesitan los rayos del Sol para su movimiento, de los pájaros los dinosaurios fueron sus ancestros, dotados de huesos ligeros para el vuelo, con plumas de colores para mostrar su salud en el cortejo, hay buitres, que encuentran la vida en los muertos, el búho sigiloso, que después de comer vomita bolas de pelo y hueso, el gorrión obrero y el mirlo negro, al que los Escarabajos de Liverpool le dedicaron uno de sus deliciosos cuentos, los mamíferos, casi todos terrestres, sin olvidar los cetáceos tremendos, que reunidos en familia surcan el océano abierto, ni a los murciélagos, que en contra de las leyes físicas y de nuestro entendimiento, se convirtieron en voladores casi ciegos, el canguro marsupial, con una bolsa donde alojar el feto, el gigantesco elefante, el león fiero, armado con las herramientas del carnicero, el oso polar, capaz de vivir en los hielos, el topo bajo el suelo, el contradictorio humano, de superdotado cerebro y a veces sin suficiente seso para entender que también él forma parte de todo esto. Estas sorprendentes pinceladas, y mucho más, dibuja la paleta de la biodiversidad.

Atentamente les saluda, Pablo de Passo.