Lorca: un poeta ecovisionario

Albacete

El otro día les recité una humilde coplilla doméstica, dedicada a la diversidad biológica. Que la naturaleza es fuente de inspiración para la creación artística se hace evidente a poco que echemos una hojeada a la historia. Esto es particularmente notable en la pintura y la poesía, quizá por la extraordinaria belleza visual del mundo vivo y por la enorme diversidad de propiedades, procesos, y, en definitiva, historias vitales que podemos intuir en torno a los organismos, con frecuencia asimilables, además, a lo que también nos acontece a los humanos. Es lógico: a fin de cuentas, no hay tanta diferencia entre los unos y los otros. ¿Por qué no hablar de lo que nos aflige, esperanza o turba, a través de los sentimientos que bien podrían manar de una rosa herida o de una fiel golondrina? ¿Por qué no pedir un consejo a un árbol centenario, acumulador de experiencia y sabiduría tras una larga vida?

Pero más allá de la sublime expresión lingüística de los sentimientos, hay poetas visionarios, capaces de adelantarse a su tiempo en el mensaje que encierra su verso. Les citaré un ejemplo que me impactó, por la profunda conexión que guarda con la ciencia de la ecología, por encima del metro, la cadencia y la rima. Es el “El Maleficio de la Mariposa”, la primera obra teatral de Federico García Lorca: un relato modernista sobre un amor imposible, estrenado en 1920 con muy mala acogida del público, por hacer protagonistas de la historia a unos animales que siempre han producido aversión en los humanos: un grupo de cucarachas (curianas en el leguaje andaluz) que habitan en un prado. Que Lorca humanizara a unos seres tenidos por infectos no dejó de ser un posicionamiento audaz y vanguardista para la época, cuando la sociedad poco más conocía de los animales y otros seres vivos que el provecho o perjuicio que nos podían ofrecer. Hay en el prólogo una frase premonitoria:

“¿Qué motivo tenéis para despreciar lo ínfimo de la Naturaleza? Mientras que no améis profundamente a la piedra y al gusano no entraréis en el reino de Dios”.

Esta frase nos habla de la esencia misma de la ecología. El ecosistema es el conjunto al completo de organismos y elementos inertes que los sustentan. Lo vivo y lo inanimado; lo inanimado y lo vivo. Resulta muy fácil admirar el vuelo majestuoso del águila. Pero para que un águila vuele, ha de existir un tejido activo de miríadas de pequeños organismos en equilibrio con los factores fisicoquímicos en los que viven. La gente que nos dedicamos a la ecología sabemos muy bien cuán importantes son las “piedras” y los “gusanos” para que todo funcione en la naturaleza y, de hecho, pasamos mucho tiempo estudiando sus relaciones y efectos, pues comprendemos que el vuelo del águila, como cualquier expresión de cualquier otro magnífico organismo de gran tamaño, lo sustenta, en la base del ecosistema, una red de interacciones entre millones de pequeños seres y los componentes del entorno inerte en el que viven, todos ellos de existencia discreta, cuando no desconocida o desagradable a los ojos de los humanos. Piensen, si no, en las bacterias, mohos, protozoos, lombrices, cochinillas, escolopendras, arañas, o moscas, que sirven de alimento en los campos o reciclan los restos orgánicos para que se nutran de nuevo las plantas. Aun cuando hace más de cien años la ecología era tan solo una ciencia incipiente, Lorca, con la intuición y sensibilidad del artista universal que era, percibió algo de ello. Y lo plasmó en un libreto y en una frase tan sencilla como cierta. La gente de la época, sin embargo, no fue capaz de comprenderlo: por eso, esta preciosa obra fracasó en su estreno. Luego llegaría la consagración de su creación teatral con “Bodas de Sangre”, “Yerma” o “La Casa de Bernarda Alba”. Pero no lo olvidemos: casi todo en este mundo se salva y se sustenta sobre miles de pequeñas cosas.

Atentamente les saluda, Pablo de Passo.