El alma de piedra de Talavera

Talavera de la Reina

Hoy, Talavera llora. Se nos ha ido una parte de nuestra historia, de nuestra memoria, de nuestro corazón. El Puente Romano, el Puente Viejo, ese que nos ha visto crecer y cruzar muchos días, se ha rendido ante la fuerza del agua, esa que tantas veces rozó sus cimientos con cariño y esta vez le golpeó con fuerza hasta rendirlo.

La crecida del Tajo, ha ganado. La tibieza del río se tornó fuerza bruta y se llevó consigo siglos de historia.

No era solo un puente, ni solo piedra o viejo camino.  Era el alma de Talavera tendida sobre el Tajo, costura que unía nuestras orillas y nuestros recuerdos.

Nos recordaba cada día de dónde venimos, lo que hemos sido y lo que seguimos siendo. Bajo sus arcos han pasado generaciones enteras, con sus penas y sus alegrías, con sus historias de amor, sus promesas y despedidas. Era el testigo silencioso de nuestras vidas, nuestros silencios y sueños, testigo de una ciudad que siempre ha sabido resistir.

Y hoy, al ver su cuerpo vencido por el agua, sentimos que se nos ha roto algo por dentro. Porque con el Puente Romano se cae también un trozo de nosotros mismos. Pero Talavera sabe de heridas y sabe de cicatrices. Y como siempre, volveremos a levantarnos, a reconstruir lo que el agua y el tiempo nos arrebatan.

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Que su caída no sea un olvido, sino un grito que nos recuerde que lo que somos no puede llevárselo el río. Que lo que fuimos y lo que seremos sigue vivo en cada piedra, en cada recuerdo, en cada uno de nosotros. De pie, resistiendo, porque lo que somos no se lo lleva el agua.

Hoy el Puente Romano descansa, pero Talavera sigue en pie. Y lo estará siempre.