Qué buen día

Albacete

Es un placer poder hablarles en el Día del Libro. Además, hoy hay buenas noticias, ya que, según nos dicen, el índice de lectores está subiendo en nuestro país, y se sitúa en el 65% de la población.

No es de extrañar. Solamente el hecho de entrar en una librería, normalmente atendidas por personas amables y educadas, dispuestas a aconsejarnos en lo preciso, nos provoca un estado de tranquilidad difícil de lograr de otra manera. Cuando uno sale del establecimiento, después de pasearse entre los ejemplares, como cuando uno visita un museo o una exposición o asiste a un acto cultural, se tiene la sensación de que nos encontramos mejor que antes o, al menos, con una buena actitud para seguir el día.

Leer nos permite conocer lo que ignoramos, aprender de quienes saben más que nosotros, viajar sin desplazamientos ni escalas, y, a veces, aislarnos de la realidad que nos circunda, cuando esta nos provoca sensaciones desagradables. Hoy nadie nos puede decir qué leer o dejar de leer, pudiendo tener nuestro propio criterio. Y si lo que leemos no nos engancha, no hay que perder el tiempo: hay otros libros, millones de libros maravillosos.

Todos los días deberían ser Día del Libro. O al menos de contacto con un libro: sentir el tacto del papel, sumergirse en las ideas o en la imaginación de quien lo escribió y reflexionar sobre aquello que nos provoque.

Es difícil hablar de libros en su día sin recomendar alguno. Mis recomendaciones tienen, desgraciadamente, vinculación con personas que nos dejaron recientemente. No pierdan la oportunidad de leer a Mario Vargas Llosa, cualquiera de sus maravillosas obras. Y, de otros autores y entre las recientes, les recomiendo la obra de Javier Cercas “El loco de Dios en el fin del mundo”, referido al Papa Francisco, y que, bajo la apariencia exterior de una crónica de viajes, recoge las incertidumbres y las certezas, la entrega y las dudas, la reflexión sobre cuestiones que, en un momento u otro nos planteamos. En definitiva, la vida en un libro.