Impacto psicológico tras el apagón: “La ansiedad es natural, pero el pánico no”

Cuenca

El pasado 28 de abril un apagón generalizado dejó sin electricidad durante horas a millones de personas en toda España. Lo que comenzó como una interrupción técnica se transformó rápidamente en un fenómeno social cargado de ansiedad, miedo y desconcierto. Días después, el tema sigue generando conversación, y no solo en términos técnicos o políticos, sino también desde la perspectiva de la salud mental.

Para comprender mejor las implicaciones psicológicas de una situación como esta, en el espacio Escuela de Salud que coordina Beatriz Hernández, y que emitimos los miércoles cada quince días en Hoy por Hoy Cuenca, hemos abordado el impacto psicológico tras el apagón con la participación de Daniel Sánchez Martínez, neuropsicólogo y director de la Asociación Iguala3 que trabaja con personas con daño cerebral y sus familias en Castilla-La Mancha.

Sánchez ha sido claro desde el inicio: “Lo que define este tipo de episodios es la incertidumbre, la inseguridad... en definitiva, la ansiedad”. Según explica, la reacción de muchas personas fue acudir de inmediato a supermercados para abastecerse de productos básicos, incluso de forma irracional: “Veíamos gente saliendo con garrafas de agua, con harina, con papel higiénico… como si estuviésemos al borde de una situación límite”.

El experto vincula este comportamiento con una memoria emocional colectiva reciente: el confinamiento de 2020. “Estoy convencido de que a la mayoría se le vino a la cabeza el recuerdo de la pandemia. No sabíamos qué estaba pasando y temimos que pudiera repetirse algo similar”, afirma.

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Ansiedad, pánico y comunicación

Sánchez distingue claramente entre dos reacciones emocionales: “La ansiedad es una respuesta natural, incluso necesaria para preparar al organismo ante situaciones de desafío. El pánico, sin embargo, es una ansiedad desbordada que genera malestar y bloqueos”. Lo preocupante, en su opinión, es que cuando los niveles de ansiedad son excesivos, pueden surgir errores de juicio, comportamientos desadaptativos y bloqueos emocionales.

Uno de los elementos más inquietantes del apagón fue, precisamente, la falta de comunicación. “No solo se fue la luz. También se cayeron muchas antenas y estaciones de telecomunicaciones. Hubo un momento en el que no podíamos hablar por teléfono, no teníamos internet, y eso generó un impacto añadido”, explica. Para muchos, ese silencio repentino supuso una fuente de angustia. “Conozco a personas que no podían contactar con sus padres, que vivían en otras provincias, y eso les generó una enorme preocupación”.

Sánchez subraya que en este tipo de situaciones el miedo a lo desconocido se intensifica. “No saber cuánto va a durar un apagón, no tener información fiable, escuchar rumores y noticias falsas… todo eso contribuye a una sensación de desamparo que puede afectar especialmente a las personas más vulnerables”.

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Las dos caras de la oscuridad

No todo fue negativo. El neuropsicólogo relata que esa misma tarde, al pasear por Toledo, observó escenas que le hicieron reflexionar: “Vi a muchas personas en los parques, jugando con sus hijos, hablando entre ellos, sin móviles. Fue como un pequeño oasis de conexión humana en medio del caos tecnológico”. Esta reacción, en su opinión, representa una forma más adaptativa de afrontar la adversidad. “Hay quien se angustia y hay quien aprovecha la pausa forzada para conectar con los demás. Ambas respuestas son humanas, pero una genera más bienestar que la otra”, señala.

Impacto en niños y mayores

En cuanto al efecto del apagón en los niños y adolescentes, Sánchez destaca que “los más pequeños no tienden a anticipar catástrofes como los adultos. Viven estas situaciones como algo pasajero”. Sin embargo, matiza: “Si los adultos a su alrededor muestran nerviosismo, gritan o pierden el control, los niños lo perciben y aprenden a gestionar así las situaciones de crisis”.

También mostró preocupación por los colectivos más vulnerables, como personas mayores o dependientes. “No es lo mismo vivir un apagón si dependes de un respirador o si estás al cuidado de una persona con necesidades especiales. Hay que tener en cuenta estas realidades y ofrecerles recursos y apoyo emocional”.

Aun así, Sánchez confía en la capacidad de adaptación: “Depende mucho de la personalidad de cada uno. Hay quien tiende al pensamiento catastrofista y quien busca soluciones. Es importante aprender a dirigir el pensamiento hacia lo que sí podemos controlar”.

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¿Y la salud mental de Castilla-La Mancha?

Aprovechando la ocasión, el neuropsicólogo también reflexionó sobre el estado general de la salud mental en Castilla-La Mancha. Lejos de ser pesimista, se mostró moderadamente optimista: “Tenemos una ventaja: el medio rural. En los pueblos pequeños hay más contacto humano, más red social, y eso amortigua el impacto de la soledad y el estrés”.

Según datos que maneja Sánchez, de los más de 900 municipios de la región, solo una veintena supera los 20.000 habitantes. “Esa estructura nos permite mantener un estilo de vida más conectado y, por tanto, más protector desde el punto de vista emocional”. El apagón de abril fue, sin duda, un episodio disruptivo. Pero también ha servido como espejo emocional. Como concluye Daniel Sánchez: “Siempre habrá una solución, una forma de pedir ayuda. Lo importante es no dejarse llevar por el miedo y recordar que, incluso en la oscuridad, podemos encontrar luz en los demás”.