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Cántaros y memoria: las mujeres que dieron forma al barro en Mota del Cuervo

Un estudio de investigación de Vestal Etnografía ahonda en la historia de las cantareras moteñas, un oficio perdido

Cántaros y memoria: las mujeres que dieron forma al barro en Mota del Cuervo

Cántaros y memoria: las mujeres que dieron forma al barro en Mota del Cuervo

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Cuenca

Entre el olor a arcilla húmeda y el eco de las voces femeninas que marcaron la vida de un barrio entero, Mota del Cuervo guarda en su memoria una de las tradiciones más singulares de La Mancha: la cantarería. Fue mucho más que una forma de ganarse la vida. Fue una forma de ser, de resistir y de construir comunidad desde las manos de mujeres que moldeaban el barro para que el agua tuviera un hogar.

Bajo el título de Mujeres de agua y barro, el trabajo de investigación de Eduardo Bollo, miembro de la empresa conquense Vestal Etnografía, rescata esta memoria con precisión y sensibilidad.

“El cántaro no era solo un recipiente, era el centro de la vida cotidiana. Sin él, no había agua, no había alimento, no había frescor en los días de verano. Y detrás de cada cántaro había una mujer, una cantarera, que lo había creado con sus propias manos”, explica Bollo, que ha investigado la historia del oficio desaparecido y del propio barrio de las Cantarerías de Mota del Cuervo.

Taller de alfarería de Mota del Cuervo (Cuenca).

Taller de alfarería de Mota del Cuervo (Cuenca). / Vestal Etnografía

Taller de alfarería de Mota del Cuervo (Cuenca).

Taller de alfarería de Mota del Cuervo (Cuenca). / Vestal Etnografía

La historia

Desde al menos 1478, hay constancia documental de la alfarería en la localidad. Aunque todo apunta a que su origen es anterior, el método de elaboración, artesanal y sin torno mecánico, es uno de los más arcaicos conocidos. La influencia árabe es palpable: el barrio de las Cantarerías fue habitado por moriscos y judeocristianos, quienes preservaron técnicas ancestrales incluso después de la expulsión en 1611.

“Era un oficio eminentemente femenino. Ellas urdían el barro, le daban forma, le daban alma. Mientras los hombres iban a los barreros a extraer la greda o cocían las piezas en los hornos, las mujeres eran las auténticas maestras del taller”, apunta Bollo. “Las cantareras trabajaban sin torno con pedal, utilizando un rodillo primitivo que permitía un proceso lento, casi ritual, en el que el urdido, el modelado a mano de la pieza, era el momento central”.

El oficio de un pueblo

A mediados del siglo XVIII ya se contabilizaban 56 familias cantareras. Pero el auge de la actividad llegó en el siglo XX, cuando cada casa necesitaba tinajas, botijas y cántaros para almacenar y transportar agua.

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El agua dulce era escasa en el interior del pueblo, por lo que se traía desde los pozos de las afueras. El cántaro no solo era necesario, era vital.

Eduardo Bollo destaca que “el barro se recogía en el paraje de El Valle, donde cada familia tenía su barrero.

Luego, el barro era pisado, amasado, urdido y transformado en pieza. Después se cocía en uno de los siete hornos que llegó a haber en Mota”. Y una vez cocido, tocaba venderlo. Los hombres recorrían La Mancha y llegaban hasta Madrid con los carros cargados de cántaros fabricados por sus esposas, madres e hijas.

El transporte y la venta de los cántaros de Mota del Cuervo (Cuenca) se hacía en carros y era una tarea de los hombres.

El transporte y la venta de los cántaros de Mota del Cuervo (Cuenca) se hacía en carros y era una tarea de los hombres. / Youtube

El transporte y la venta de los cántaros de Mota del Cuervo (Cuenca) se hacía en carros y era una tarea de los hombres.

El transporte y la venta de los cántaros de Mota del Cuervo (Cuenca) se hacía en carros y era una tarea de los hombres. / Youtube

El plástico y el declive

Pero el plástico llegó en los años 60 y con él la lenta agonía de la cerámica tradicional. “El plástico no se rompe, es más ligero, más barato… Fue el golpe definitivo. A finales de los 80 solo quedaban cuatro cantareras activas”, lamenta Bollo. Una de ellas fue Dolores Cruz Contreras, madre de Evelio López, quien aún recuerda las largas travesías hasta Madrid con los carros repletos de piezas de barro.

Más allá del objeto, lo que desapareció fue un modo de vida. Un ecosistema social en el que las mujeres eran el motor económico y emocional de sus familias. “En Mota, las mujeres preferían quedarse moldeando barro que marcharse a servir a la capital. Esa decisión lo cambió todo. Gracias a ellas no se produjo una despoblación tan fuerte como en otros lugares. Si las mujeres se quedan, el pueblo sobrevive”, resume Bollo.

Hoy, el Barrio de las Cantarerías apenas conserva su nombre, pero entre sus ruinas aún resuenan las pisadas de quienes pisaban barro al amanecer. A través de su investigación, Bollo lanza una reflexión: “Quizás no vuelva la cantarería como tal, pero no podemos permitirnos olvidar lo que fuimos. Es en esa memoria donde podemos encontrar formas más humanas, sostenibles y cercanas de relacionarnos con la tierra y con el agua. Y, sobre todo, con quienes las trabajaron”.

Paco Auñón

Paco Auñón

Director y presentador del programa Hoy por Hoy Cuenca. Periodista y locutor conquense que ha desarrollado...

 

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