El insulto no es parte del juego

Talavera de la Reina

Muchos hemos tenido una relación, digámoslo así, conflictiva con ciertos deportes, especialmente con el fútbol. En demasiadas escuelas, el patio del recreo fue colonizado de forma prioritaria, permanente y excluyente por el “deporte rey”, dejando poco espacio para otras formas de juego, expresión o encuentro.

“El principio fue la injuria”, escribió el filósofo Didier Eribon al hablar de la identidad gay. La injuria –añade– no es solo una palabra: es un acto que ubica al otro en un lugar subordinado. No solo nombra, sino que performa: separa a los “normales” de los “estigmatizados”, y esa grieta cala hondo, modelando la conciencia de quien la sufre.

El insulto no es solo una ofensa: es un veredicto, una condena simbólica. El machismo bebe también de esa misma lógica. Es cierto que hemos avanzado como sociedad, pero lo ocurrido en el Torrent-Talavera demuestra que queda mucho por hacer.

Que un miembro del cuerpo técnico insulte y amenace a una árbitra con términos machistas no es un exabrupto aislado: es el reflejo de una cultura que aún legitima la violencia y la desigualdad.

Si normalizamos el insulto, acabaremos por justificar la agresión. Y entonces, el fútbol dejará de ser un juego para convertirse en un campo de batalla donde el respeto no tiene lugar.