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Palabras menos, palabras más: la mirada de Toledo de Javier Mateo

Cada martes, la firma de opinión del Educador social y exconcejal del Ayuntamiento de Toledo, Javier Mateo, en 'Hoy por Hoy Toledo'

Palabras menos, palabras más: la mirada de Toledo, por Javi Mateo

Palabras menos, palabras más: la mirada de Toledo, por Javi Mateo

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Toledo (Toledo)

Seguro que es por mi culpa, pero hay días que durante las cenas en casa me cuesta seguir el hilo de las conversaciones de mis hijos, y créanme que le pongo empeño, que para eso soy un padre moderno, oiga. No termino de pillar el significado de la multiusos “random”, me descoloca que algo maravilloso y que te venga bien sea “PEC” y, lo reconozco, no soporto que alguien le pueda llamar a su pareja “bebé”. Eso, al margen de los “ghosting”, “sexting”, “petting” y demás “ing” que no consigo meter nunca en una conversación sin provocar risas y miradas lastimeras.

Ojo, no vayan a pensar que el tema de hoy es la clásica pataleta de cincuentón pasadito empeñado en que lo suyo era mejor, que los de ahora no saben hablar, que a dónde vamos a llegar y todo ese blablablá que vamos repitiendo todos (sí, sí, todos) cuando nos llega cierta edad.

Cada generación tiene lo suyo y ha hecho lo que le ha venido en gana con las palabras que le han tocado. Yo soy de la que resignificó “tío” para que pasara de hermano de mi madre a cualquiera que me cruce por la calle, que hizo que “colega” dejara de ser un compañero de trabajo para ser compadre de farras y juergas o que consiguió que “enrollarse con alguien” fuera algo mucho más placentero y gustoso que hablar demasiado y darle la turra.

Las palabras están vivas, se mueven, se adaptan y cambian para servir de portadoras de sentimientos, frustraciones o deseos y ya se puede poner la RAE o el cuñado de turno como quiera que “en plan”, “bro” o “jalogüin (así on “j” y con diéresis), están entre nosotros y se quedarán tanto tiempo como el que nos empeñemos en repetirlas.

Lo malo es que mientras tanto nos vamos dejando palabras bellas por el camino de lo moderno y nos empeñamos en sustituirlas por otras igual de útiles pero no tan hermosas. Hemos cambiado alféizar por repisa, piscolabis por “brunch” o alacena por estantería y sí, nos sirven, pero estarán conmigo en que aquellas tenían un nosequé que a estas les falta. Me temo que casi, casi nadie se acuerda que “conticinio” es la palabra que se refiere a la hora de la noche en la que todo está en silencio, que en castellano el olor a tierra mojada se dice “petricor” o que a la rodaja de limón que nos ponen en el refresco o en la copa se le llama “luquete”. Que la lengua se mueva, y me refiero al idioma, es natural y lógico, pero seguro que eso es compatible con mantener vivas aquellas palabras bellas y emocionantes que con sólo leerlas o escucharlas impactan y te transportan.

En fin, que ya lo cantaban Los Rodríguez en aquel discazo del 95, “…palabras que se lleva el viento. Palabras menos, palabras más”.

La pena es que después de unos miles de años, no hayamos sido capaces de desterrar para siempre de la nuestra y de todas las lenguas del mundo palabras como genocidio, desigualdad, abuso o corrupción. Y alguna más.

Javier Mateo

Javier Mateo

Educador social y exconcejal del Ayuntamiento de Toledo.

 

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