Un mercado con siglos de historia en el corazón de la Mancha de Cuenca

Cuenca

Cada lunes, la localidad conquense de Belmonte se transforma. En sus calles, el bullicio de los tenderos, los aromas de productos frescos y el ir y venir de vecinos y visitantes recuerdan que allí, en ese lugar de raíces profundas, el mercado es mucho más que un espacio de intercambio comercial: es una huella viva de la historia, un vínculo con la tierra y una herencia sefardí que aún perdura.

Así lo cuenta Eduardo Bollo, investigador de la empresa conquense Vestal Etnografía, quien ha estudiado con detalle la trayectoria de este mercado centenario. “El mercado de Belmonte no es solo un espacio de compraventa, es un lugar simbólico, testigo de siglos de encuentros culturales y económicos”, señala Bollo.

Y es que, como él mismo recuerda, hoy en día muchos mercados municipales están en declive. “En las grandes ciudades, se transforman en espacios hosteleros, más bar que tienda, mientras que en los pueblos, como Belmonte, siguen siendo esenciales. Aquí, el mercado mantiene su función original: abastecer, conectar, sostener la economía de la comarca. Y además, con una profundidad histórica única”, afirma.

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Raíces judías en la tierra manchega

El actual mercado de abastos se ubica sobre un solar cargado de significado. En ese terreno se levantó en el siglo XVI la Iglesia de Nuestra Señora de las Nieves, construida a su vez sobre los restos de la sinagoga de la antigua judería de Belmonte. Un lugar que, según Eduardo Bollo, “guarda en sus cimientos la memoria de un pueblo clave para entender el origen del comercio en la región: el pueblo judío”.

“La conexión entre comercio y comunidad judía es ineludible en La Mancha. Los judíos no eran numerosos, pero sí fundamentales: prestamistas, arrendadores, recaudadores de impuestos y, sobre todo, comerciantes”, explica Bollo.

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En Belmonte, su presencia está documentada desde finales del siglo XIV, cuando muchos judíos huyeron de los pogromos de Cuenca en 1391 y se instalaron en esta villa del entonces Marquesado de Villena. Allí formaron una judería extramuros, próxima a la Puerta de la Estrella, y fueron actores esenciales en la vida económica de la villa. En el año 1447, Don Juan Pacheco, señor de Belmonte, permitió a los tenderos, en su mayoría judíos, participar en el Concejo local, accediendo a oficios públicos como la alcaldía o la alguacilía. Una alianza estratégica que fortaleció al mercado local y su autonomía.

Un privilegio con historia

El mercado de Belmonte fue desde sus inicios un mercado franco, es decir, libre de impuestos como la alcabala. Un privilegio que se remonta, según Bollo, a mediados del siglo XIV, cuando la villa se independizó del señorío de Alarcón y recibió sus propios fueros. Este carácter franco atrajo a comerciantes de toda la comarca, reforzando la centralidad de Belmonte en el entramado comercial manchego.

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“Este mercado se beneficiaba de una normativa muy clara: los lunes, nadie podía ser embargado o detenido por deudas en la villa, y ni comprador ni vendedor pagaban impuestos. Era territorio neutral. Eso lo hacía excepcional”, comenta Bollo.

Y no solo excepcional, sino resiliente. A lo largo de los siglos, el mercado continuó celebrándose cada lunes en diferentes plazas públicas: la Plaza del Pilar, la del Rollo o la Mayor. Incluso en momentos de decadencia, como en el siglo XIX, seguía siendo un punto esencial para el abastecimiento de la población y para la salida de productos agrícolas como el cereal, que se exportaba desde allí a otras zonas.

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El paso a la modernidad

Con la llegada del siglo XX y el avance tecnológico, las necesidades cambiaron. “Ya no bastaban las plazas públicas; se necesitaba un espacio funcional, con luz eléctrica, capaz de albergar congelados y mercancías más delicadas”, relata Eduardo Bollo. Así, en 1972 se adquirió el solar sobre el que se construyó el actual Mercado Municipal, que abrió sus puertas en 1979.

A pesar del cambio de formato, la esencia del mercado se mantuvo. Según la ordenanza municipal vigente, solo los lunes se permite la venta ambulante en Belmonte, una normativa que, como apunta Bollo, “parece calcada de las ordenanzas medievales del mercado franco de Garcimuñoz en 1456”.

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Tradición y presente

Hoy, el mercado de Belmonte sigue latiendo, con sus pasillos cubiertos, sus puestos de frutas, verduras, embutidos o congelados. Aún recibe a comerciantes de toda La Mancha y sigue siendo un referente para muchos pueblos de la comarca. “Más que un lugar, es un patrimonio inmaterial. Un mercado que ha nutrido, y sigue nutriendo, no solo el cuerpo, sino también la identidad de un pueblo”, concluye Bollo.

“El bacalao en salazón, las frutas o el vino para la cuerva siguen presentes cada lunes en Belmonte. Y aunque los carros han dado paso a las furgonetas, y los pregones se han silenciado bajo las bóvedas del edificio actual, el alma sefardí de este mercado sigue viva, recordando que el comercio no solo mueve mercancías, sino también historia, cultura y memoria”, concluye Bollo.