La noche de San Juan

Talavera de la Reina

Cada 23 de junio, cuando el sol se esconde, la magia se asoma. La noche de San Juan tiene algo que no tienen otras noches: es un pacto antiguo entre el fuego y el mar, entre los miedos y los deseos. ç

Las hogueras crepitan en las playas, en los pueblos, en las plazas. Las llamas suben al cielo como si quisieran tocar las estrellas, mientras nosotros, los que miramos, dejamos que el fuego consuma lo que ya no queremos cargar.

Es una noche de rituales, de promesas, de supersticiones heredadas. Se saltan hogueras para dejar atrás lo viejo; se escriben deseos en papeles que arden mientras el humo lleva nuestros anhelos a lo alto. Algunos pisan el agua a medianoche buscando purificación. Otros cierran los ojos y piden en silencio, como si esta noche, por un instante, el universo estuviera un poco más dispuesto a escucharnos.

Pero también es una noche de contrastes. Mientras nosotros jugamos a hacer borrón y cuenta nueva, en otros lugares del mundo hay quienes solo desean que mañana no sea peor que hoy. Mientras las risas y la música acompañan nuestras hogueras, hay fuegos reales que arden por guerras, por odios, por intereses que a veces ni entendemos.

Y uno no puede evitar pensar en esa paradoja: el mismo fuego que aquí simboliza esperanza, en otros rincones es destrucción.

Tal vez por eso San Juan nos recuerda algo esencial: que nunca debemos dar por hecho la calma. Que mientras podamos reunirnos en torno a un fuego solo para soñar, debemos hacerlo con gratitud. Porque la paz, como la felicidad, es frágil. Y cuando la tenemos, hay que celebrarla.

Esta noche muchos saltarán sobre las llamas creyendo, aunque sea por unas horas, que los miedos quedan atrás, que lo peor ya pasó, que el futuro nos aguarda limpio y lleno de posibilidades. Es solo un instante, sí, pero cuánto bien nos hace creerlo.

La noche de San Juan es, al fin y al cabo, una tregua breve entre la nostalgia del pasado y la incertidumbre del futuro. Y por eso, quizá, sea tan necesaria.