"Siempre ha habido individuos que han llegado a la política con escasa preparación y menos aptitudes, pero no siempre eso les ha impedido llegar lejos"
'¡Quién nos representa!', la firma de opinión del historiador y catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Castilla-La Mancha, Manuel Ortiz

'¡Quién nos representa!', la firma de Manuel Ortiz
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Hasta finales del siglo XIX la política no fue realmente cosa de la mayor parte de la sociedad. Hasta entonces, las élites se habían ocupado de gestionar y repartirse el poder. Sólo propietarios varones tenían ese privilegio, de tal manera que el liberalismo decimonónico dictó leyes electorales con sufragio restringido. Los partidos políticos eran de notables y el resto de la ciudadanía se mantenía al margen con la prioridad de sobrevivir.
Entre aquellas minorías gobernantes no faltaron ineptos y corruptos que enturbiaron la res pública. Algunos intelectuales y políticos decentes, que también los había, pusieron en la picota a esa calaña que alimentaba las coplillas y los cantares populares. Cuando las masas llegaron a la política, con el sufragio universal y la aparición de los partidos que aspiraban a ganar elecciones, se inventó el fraude con diferentes fórmulas, el pucherazo y el caciquismo fueron práctica habitual en la España de la Restauración. Pero, al final y no sin enormes dificultades infringidas por el fascismo y el comunismo bolchevique, la democracia se impuso y se convirtió en una meta digna de alcanzar. El sistema se basa en un juego de representaciones que otorga a los políticos un enorme protagonismo. Siempre ha habido individuos que han llegado a la política con escasa preparación y menos aptitudes, pero no siempre eso les ha impedido llegar lejos. El dinero, la propaganda, los núcleos de presión, incluso el azar, han contribuido a labrar carreras sorprendentes.
Más, ¿qué pasa con las democracias actuales en sociedades avanzadas y niveles de formación contrastados con una suerte de profesionales de la política que apenas alcanzan cotas de popularidad entre sus propios militantes? En sus declaraciones y en sus acciones demuestran poco respeto a los adversarios políticos y están muy lejos de unos mínimos de ejemplaridad. Por encima de adscripciones ideológicas, es decir, con legítimas diferencias programáticas, a un lado y otro del espectro político vemos, cada vez más, a individuos que ofenden a la inteligencia, se rodean de subalternos sin escrúpulos y trasmiten a la sociedad una imagen de la política deleznable.
La corte de los milagros es una novela de Ramón María del Valle Inclán que pone de manifiesto los tejemanejes que se articularon alrededor del principal núcleo de poder de la España del XIX. Hasta cierto punto, no deja de ser normal que amigos de lo ajeno y personas sin demasiados escrúpulos y con pocas ganas de trabajar, en el buen sentido de la palabra, se acercaran a ministros y ministerios como intermediarios o consejeros para hacer fortuna. El problema incumbe también a los que proponen delinquir desde su condición de empresarios, aunque estos suelen salir siempre indemnes. “Dime con quién andas y te diré quién eres”, es un refrán castizo que sirve para definir a los que se dejaron adular o beneficiar por individuos que perseguían su propio beneficio, aún a costa de la comisión de delitos “de cuello blanco”. La dictadura franquista, lo sabemos bien por películas como la trilogía de la Escopeta Nacional, de Berlanga, fomentó aquellas prácticas y las normalizó. Una de las cosas que la democracia debía de sanear y mejorar era precisamente la gestión de lo público, pero a lo largo de estos cincuenta años hemos acumulado muchos casos que apuntan en sentido contrario, a pesar de las denuncias y mecanismos para combatirlos. Por eso sorprende y enerva que, de vez en cuando, aparezcan altos cargos de la administración y políticos de diferentes formaciones junto a personajes que han llegado a acumular historiales delictivos o, al menos, trayectorias poco decorosas.
Uno de los sectores donde la Transición no terminó de cuajar bien fue la Justicia. Acabada la guerra civil, se aplicó por parte del régimen franquista una implacable Depuración de funcionarios. A nivel nacional, el 44,6% de los altos funcionarios fueron expulsados de la carrera judicial, mientras que el 27,7% pudo volver a su puesto después de sufrir algún tipo de sanción y jurar fidelidad a Franco y a los principios de Falange. Años después, este poder del Estado se nutrió de fieles al régimen que desarrollaron un sesgo ultraconservador que se mantuvo y ha llegado hasta ahora. Entre unos y otros es a menudo difícil no encontrar motivos para la desesperación, pero han pasado ya más de doce décadas desde que la palabra regeneración se dio a conocer y ¡no aprendemos!
Disfruten del verano y muchas gracias por su atención durante estas seis temporadas.