El 'libro de la feria', imprescindible: un pueblo siempre tiene algo que contar
A pesar del auge de lo digital, este cuadernillo impreso sigue siendo el objeto más esperado del verano en muchos municipios

Los libros de la feria, protagonistas pese al auge digital
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En pleno verano, cuando las plazas se llenan de barras y las calles se visten con banderines y aroma a orquesta, hay un elemento que anuncia que todo va a empezar, que todo está por vivir: el libro de las fiestas. Un cuadernillo que, aunque de papel, pesa tanto como un pregón, un pasodoble o una diana floreada. Libros que no solo son un programa de eventos, sino el reflejo de la vida cotidiana de un pueblo.
"El libro de fiestas es el trabajo del verano", nos cuenta la voz de quien lleva más de tres décadas recogiendo saludas, anuncios y nacimientos. Hablamos con Juan Pablo, de 'Punto x Punto', una empresa dedicada a la impresión y que, año tras año, da forma a estas joyas costumbristas que guardan la esencia de cada localidad.
Y es que este objeto modesto, que muchos hojean —u ojean- con un café de sobremesa y que comparte protagonismo con el abanico, es esperado como si fuera un periódico antiguo que habla de lo pasará. "La gente lo espera. Muchas veces llegamos con la furgoneta dos días antes de que empiecen las fiestas, y se agolpan para coger uno. Incluso nos han quitado ejemplares con la furgoneta aún abierta", cuenta entre risas.
Cada libro lleva en sus páginas la historia viva del municipio. Están los clásicos saludas del alcalde, del presidente de la comunidad, de las asociaciones. Están los anuncios de los comercios del pueblo, que, como dice Juan Pablo, "si no se anuncian, parece que no existen". Están las fotos de los niños nacidos durante el año, esas páginas que las abuelas guardan como reliquias y que, si hay alguien que falta, puede acabar en anécdota de imprenta: "Una vez se nos olvidó un niño y tuvimos que hacer un libro especial solo para él", confiesa.
A pesar del avance imparable de lo digital, el libro de la feria se mantiene firme, como los churros que te arreglan el cuerpo al final de la verbena. En una época de stories que se borran en 24 horas, este libro se convierte en un documento que perdura, que se guarda en la estantería junto a los álbumes de fotos, que se leerá con nostalgia cuando lleguen los años que aún están por venir.
Quizá por eso, aunque los programas se repitan, aunque las damas de honor cambien y las orquestas se caigan del cartel a última hora, el libro sigue siendo el mismo rito de paso, el inicio de todo. "Es un mercado muy estático", admite Juan Pablo.
Pero es que, probablemente, hay cosas que no deberían cambiar. El libro de fiestas es una fiesta en sí mismo. Una donde caben los recuerdos, los orgullos, las pequeñas empresas, los poemas de los vecinos y hasta los enfados por no haber salido. Pero sobre todo, es un retrato colectivo que cada año vuelve a escribirse en papel y con olor a tinta.
Y así, mientras se apagan los ecos de la charanga y se prepara la pólvora del próximo pregón, alguien —en una imprenta modesta, entre páginas sueltas y maquetas en revisión— ya está ideando el libro del año que viene. Porque mientras haya pueblos que celebren, habrá libros que los cuenten. Y mientras haya libros de fiestas, la identidad de nuestros pueblos seguirá encuadernada en cada feria.




