Susurros para Don Quijote
La firma de opinión del director del Común de La Mancha, Jaime Quevedo
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Ciudad Real
A Pedro Padilla Zagalaz, in memoriam
Don Quijote ha vuelto a amanecer triste, muy triste. Lleva así más de tres meses, confuso, taciturno. Día tras día trata sin éxito de apretar bien las cinchas a Rocinante para que no se diga, ahora ni en ningún tiempo, que lágrimas ni ruegos le apartaron de hacer lo que debía a estilo de caballero. Sin embargo, hasta aquí no ha habido manera. Pero hoy le ha llegado un runrún, una especie de arrullo proveniente de una mata de árboles, un manso ruido de hojas movidas por el blando viento y, de repente, ha sentido, después de tanto horror y espanto, que renacía la mañana.
Por arte de birlibirloque, sus oídos cerrados a toda esperanza, han percibido los susurros del amor sincero y la amistad auténtica que fluyen desde el cobijo de una senda entre el Común de La Mancha y el Campo de Montiel. Hasta allí fuimos el pasado sábado 27 de septiembre, con el corazón compungido, a pedir ayuda a Pedro Padilla Zagalaz. Sí, todos sabíamos que, quien fuera alma de la Casa de Medrano de Argamasilla de Alba, tenía la pócima del encantamiento que debía rescatar a Don Quijote de tan temerosa desventura.
Las reflexiones profundas de Pura, su mujer; la clarividencia de su querida hermana; las lágrimas incontenibles de tanto zancajear; el amor a la naturaleza de ecologistas siempre en acción; la categoría intelectual y humana de los cervantistas Alicia Villar y Santiago López Navia; y la música de Bob Dylan “llamando a las puertas del cielo” compusieron el abrazo que Pedro Padilla quería compartir con todos para recuperar la alegría de Don Quijote.
Y ese abrazo nos ha hecho sentir consuelo y nos ha acercado a la verdad íntima del mundo que sólo los libros buenos y las personas llenas de bondad nos regalan. Los vientos de la Sierra de Gredos, la Vereda de la Estrella, el Calar del Mundo, la Bañuela, los picos Almanzor, Alcazaba, Mulhacén y Veleta buscan el río Guadiana para desgracia de quienes sienten fascinación por las sombras. Pedro Padilla es una luz tan intensa que Sancho no ha tenido más remedio que apretar bien las cinchas a Rocinante.
