Isabel Rosas: una vida de compromiso en Cuenca y de política de calle

Cuenca

Te recuerdo, Amanda, de Víctor Jara, fue la primera canción que Isabel Rosas Huelgas eligió para compartir en el espacio El baúl de las canciones de Hoy por Hoy Cuenca. No lo dudó. La eligió, dice, porque le recordó a su llegada a Cuenca a principios de los años setenta, “recién casada, sin conocer a nadie y con la revolución chilena como telón de fondo”.

“Fue una especie de reconocimiento y de estar con el pueblo chileno”, explica. Aquella joven nacida en Casablanca (Marruecos) en 1947 no imaginaba entonces que Cuenca acabaría siendo su casa para siempre. “Ahora puedo decir que soy más de Cuenca que las Casas Colgadas”, bromea.

En esta ciudad, a la que llegó por el destino profesional de su marido, encontró su lugar, su gente y su causa. Desde entonces, su vida ha estado marcada por el compromiso, la justicia y la empatía hacia quienes más lo necesitan.

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La herencia del exilio

Traductora de formación, habla francés e inglés, Isabel no pudo ejercer su profesión en Cuenca por falta de empleos acordes a currículum. Pero su verdadera vocación estaba en otro lado: en la defensa de los demás. “Mi padre fue exiliado político, y creo que de ahí me viene el compromiso”, confiesa.

Su implicación social la llevó al Partido Socialista, con el que fue concejala en el Ayuntamiento de Cuenca entre 1995 y 1999, y después diputada en las Cortes de Castilla-La Mancha. De aquella etapa guarda aprendizajes, pero también una convicción: “Prefiero la política de la calle a la de las instituciones. Me gusta escuchar a la gente, porque todos te aportan algo”.

Esa cercanía, ese interés por lo cotidiano, ha guiado siempre su forma de entender la política: no como confrontación, sino como servicio. “Una política sana, sin insultos. La gente quiere políticos que se ocupen de sus problemas reales, no que se enfrenten unos a otros”, reivindica con serenidad.

Una vida tejida con canciones

La conversación con Isabel fluye entre recuerdos y melodías. Las canciones de su juventud, La vie en rose de Edith Piaf o La bohème de Charles Aznavour, la acompañaron en su infancia en Marruecos y en sus primeros años en España. “Las cantábamos todos, formaban parte de nuestras vidas”, recuerda.

Y ahora, con 78 años, también son sus nietos quienes le descubren nuevas músicas. “Cuando voy a verlos, se ponen a bailar las canciones de Camilo, de Quevedo, de Karol G… Por eso elegí Si antes te hubiera conocido de la cantante colombiana. Es la que escuchan ellos”, ríe. Entre Piaf y Karol G, entre Víctor Jara y Sabina, su vida suena a compromiso, ternura y memoria.

Los hijos, su mayor logro

Cuando se le pregunta por su mayor logro, Isabel no duda ni un segundo: “Mis hijos. No he competido nunca en la vida. Lograr, lo que he logrado, ha sido criar a mis hijos y que sean buenas personas”. Esa respuesta sencilla, sin adornos, resume su filosofía: vivir sin pretensiones, hacer el bien sin buscar reconocimiento.

Por eso, cuando el Ayuntamiento de Cuenca le otorgó el pasado 1 de octubre uno de los premios del Día de las Personas Mayores, lo recibió con gratitud, pero también con humildad. “Me llena de orgullo, pero lo que hago lo hace mucha gente. Somos un grupo que está al pie del cañón ayudando a quienes más lo necesitan.”

Ayudar para construir esperanza

Esa labor a la que se refiere la realiza junto a un grupo de voluntarias y voluntarios de Cuenca. Recogen ropa, enseres y artículos para bebés, y los hacen llegar a familias migrantes que tratan de rehacer su vida. “Nos dicen: ‘¿tenéis un carrito de bebé?’, y enseguida lanzamos el mensaje. Aparece uno, y así seguimos ayudando.”

Isabel habla de esa tarea con la naturalidad de quien no busca mérito, sino sentido. “No quiero monumentos ni reconocimientos. Las cosas se hacen porque hay que hacerlas, y porque somos muchos los que estamos ahí, trabajando juntos.”

Ojos críticos y corazón abierto

A pesar de su edad, Isabel sigue pendiente de la actualidad, aunque con cierta desilusión por el tono del debate político: “No soporto los insultos. Eso no es política.”

Le preocupan los grandes conflictos, la guerra en Gaza, la de Ucrania, las crisis en África o Venezuela, pero sobre todo la falta de humanidad. “Tendría que haber una política más humana”, insiste.

También reconoce que, aunque se ha avanzado mucho en igualdad, queda un largo camino por recorrer. “Se llena la boca la tele y la radio hablando de feminismo, pero el día a día no es así. Falta todavía mucho por hacer.”

Antes de despedirse, suena Quién me ha robado el mes de abril, de Joaquín Sabina. “Es la que más me identifica”, confiesa. Tal vez porque, como la canción, su vida ha estado marcada por la emoción y la lucidez, por el amor y la lucha, por la justicia y la ternura.