La soledad de Famoso
La firma de opinión del director de La Tribuna de Ciudad Real
La firma de opinión | La soledad del Famoso
Ciudad Real
La noticia de Antonio y su muerte creo que a más de a uno nos ha dejado petrificado. Natural de Malagón, este anciano murió hace quince años en la más triste de las soledades, sin que nadie le echara en falta. Solo las goteras y las molestias ocasionados a su vecino de abajo hicieron saltar las alarmas más allá de lo esperado, o mejor dicho, de lo inesperado. Antonio Famoso vivía en un barrio humilde de Valencia; se había separado, no tenía relación con el resto de su familia y, los vecinos, cada cual a lo suyo. Aunque puede ser que sea un caso aislado, les invito a que hagan la reflexión de cómo ustedes se relacionan con sus vecinos, con sus allegados e incluso con sus conocidos.
Las ciudades, con inmuebles más impersonales al estilo colmena de abejas, deshumanizan en cierta manera la relación del tú a tú, pese a gozar con más servicios, más negocios, más actividad y supuestamente más atención. En el medio rural, es casi impensable que algo así suceda durante tanto tiempo. En su pueblo natal, Antonio, seguro que no hubiera pasado tan invisible y a lo largo de tres lustros.
En el 2000 fue la explosión de la banda ancha, del internet, de la comunicación. Quince años después, este modernismo exponencial con el que ser humano queda atrapado en el anonimato del “uno” o del “se”, como apuntaba Martin Heidegger, nos sorprende con sucesos de este tipo que confirman la impersonalidad con la que avanza nuestra sociedad contemporánea. Insisto en que en nuestros pueblos es difícil una alienación de este tipo. Porque la soledad con la que se lida en el medio rural es diferente.
Es la civilización quien da la espalda a la periferia. En los pueblos se reconocen los rostros, los legados, los árboles genealógicos, en definitiva, la conciencia y la autenticidad frente a la rutina, la imitación y la indiferencia del “se trabaja”, “se habla” y “se vive” de las ciudades. La soledad no duele igual en el campo: al menos se comporte con el tiempo, con la tierra y con los otros. Y volviendo a Heidegger, en el mundo rural sigue siendo un espacio donde aún es posible reconocerse y decir “yo”, sin perder el “nosotros”.