"Como muchos de mi generación, me he cansado de que nuestro valor se mida por nuestro salario, nuestro puesto laboral o la marca de nuestro coche"
'No es choque de valores, es choque de modelos', la firma de opinión de la empresaria Sara Cano

'No es choque de valores, es choque de modelos', la firma de Sara Cano
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Albacete
Soy Sara, hija de emprendedores y parte de la cuarta generación de un negocio familiar que se ha desarrollado a lo largo de su historia en el medio rural. No me gusta darles nombre a las generaciones a pesar de que, (o quizá por esta razón), mi trabajo de fin de máster consistiese en comparar la psicología de consumo y trabajo de las 3 últimas. Mientras investigaba, encontré varios artículos, que definían a Millennials y Generación Z como “Job Hoppers”, traducido literalmente como “saltadores de trabajos”. Desde entonces, no solo me pregunto cuanto van a durar los nuevos “fichajes” y si merece la pena invertir todo mi esfuerzo en que se pongan la camiseta de titular, sino que me cuestiono a diario, si en una empresa donde convivimos en la dirección Boomers y Millennials, nos entendemos lo suficiente, como para poder considerarnos un verdadero equipo. Randstad, una empresa Neerlandesa especializada en la “adquisición de talento”, con más de 40.000 empleados, realiza estudios anuales sobre la gestión de los Recursos Humanos y los resultados de 2025, son cuanto menos dignos de observación. Según sus datos, un tercio de los encuestados, ha dejado un trabajo por el “simple hecho”, (quizá no tan simple), de no estar de acuerdo con la visión de los estamentos de liderazgo. Y es que, puede que ya estemos haciendo temblar sus sistemas de valores, cuando les hablamos de adquirir como si pasásemos a ser dueños del tiempo, las ideas y las capacidades, de aquellos a los que contratamos. La reputación de los Millennials y la Generación Z, no está en detrimento, ha sido vapuleada, mancillada y destruida y muchos Boomers se regocijan llamándonos generación de Cristal, como si la debilidad nos viniera dada en unos genes, de cuya herencia nuestros antecesores no son los culpables, solo faltaría. Aquellos nacidos después del 81, no solo no coincidimos con la forma de ver el trabajo de nuestros precursores, sino que su modelo vital, se nos trata de imponer, sin contemplar la posibilidad, de que para una parte importante de nosotros , no sería alcanzable aunque lo quisiéramos adoptar sin objeciones. Tener hijos es un privilegio, una casa comprada un lujo y somos expertos en las adquisiciones de segunda mano. La herida generacional sangra profusamente, y nadie sabe muy bien como suturarla. Quizá nuestra fragilidad, mi propia fragilidad, venga adquirida de haber compartido casa, escuela, y vida en general, con una generación que debía liderarnos, sin haber podido reparar antes sus grietas, heredándonos así un edificio que se sustenta casi sin cimientos. Pero no podemos culpar a quien se instruyó en ver un cambio de trabajo como un fracaso, y un coche de alta gama, como un medidor fiable del éxito. Entonces, ¿cómo se conquista, se atrae o se recluta talento?, ¿puede un Boomer garantizar la permanencia razonable de un equipo joven en una empresa, que para más inri, está situada en un pueblo de Albacete de menos de 500 habitantes?. Son preguntas sinceras, que surgen mientras valoramos si ciertos puestos pueden llevarse a cabo en remoto, sin comprometer en consecuencia la productividad. Seguro que ya lo has adivinado, pero te lo cuento por si acaso, mientras los más jóvenes opinamos que es la única forma de atraer a los máximos goleadores a nuestro equipo, las generaciones anteriores, están seguras de que en remoto, no se trabaja igual. No nos engañemos, lo que vienen a decir, es que se trabaja menos. Como hija de la generación que considera una debilidad expresar lo que se siente, he masterizado interpretar los gestos de mis progenitores y mientras los observaba aprendí, que el orgullo o la falta de él, está directamente relacionado con las horas que empleo en desempeñar mi trabajo, y por lo que escucho en los círculos de “buscadores de propósito” (también nos han llamado así, claro), no soy la única que ha percibido esta sutil sensación. Yo que pensaba que nuestros padres y abuelos habían trabajado incansablemente para que nuestro futuro fuera más fácil... Quizá, cuando nos lo recuerdan es más como un reproche, que la forma de explicarnos, que debíamos evitar replicar los errores de generaciones pasadas. O quizá yo, como muchos otros en nuestra generación, me haya cansado de que nuestro valor se mida en nuestro salario, en el nombre de nuestro puesto laboral o en la marca de nuestro coche. Ahora, nos preocupa más la paz mental, porque la meritocracia ha fallado estrepitosamente. Por tanto, cuando dudamos de nosotros mismos y alguien nos dice, “con lo que tú vales…”, ¿debería responder según su sistema de valores, o según el nuevo modelo que parece haber llegado para quedarse?
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Hoy por Hoy Albacete (16/10/2025)




