Niño silvestre

Toledo (Toledo)

El estado de ánimo muchas veces ayuda a escribir desde el corazón, y esto es un poco lo que me ha ocurrido esta semana, llevo días, así como flojita y me refugié en Serrat, redescubriendo Antología Desordenada, de 2014, nada más y nada menos que 50 canciones distribuidas en 4 discos y 3 horas con sus 21 minutos para desplegar mis emociones, en este caso de tristeza. Porque a mí no me da por escuchar a Maluma cuando estoy triste, sino que busco música que me ayude a estar todavía más triste, a conectar con mi tristeza, para desde ahí encontrar la liberación de lo que me oprime.

¡Sorpresa! Cuando sonó la canción número 5 del disco 2, Niño Silvestre, conecté tanto con ella que la comencé a escuchar una y otra vez, en bucle, y poco a poco mi tristeza personal y egoísta, sin duda, se transformó en un sentimiento de culpa. Así con lágrimas en los ojos y los pelos de punta empecé a pasar de los motivos banales que me habían puesto triste a preguntarme ¿qué pasa cuando como canta Serrat, el niño sin niño, indefenso y asustado, que aprende a fuerza de palos, como las bestias a sobrevivir?, ¿qué pasa cuando hay infancias que no llegan a serlo, niños y niñas condenados a subsistir?.

Según UNICEF, más de mil millones de menores carecen de al menos una necesidad básica, alimentación, vivienda, atención médica o educación. Más de cuatrocientos millones viven en la pobreza máxima, y cerca de cuatrocientos setenta y tres millones crecen en medio de conflictos bélicos. Niños que no juegan, que no sueñan, que no les dejamos ser niños. Algunos son desplazados por guerras, otros trabajan para sostener hogares rotos, los hay que duermen en las calles y los que se encuentran atrapados en redes de violencia o explotación. A esos niños silvestres, los que viven fuera del marco de la protección, la sociedad suele mirarlos con miedo o con lástima.

La infancia se nos escapa entre discursos, la protegemos con leyes que no les protegen porque a la vez, permitimos que muchos niños crezcan sin casa, sin escuela, sin abrazos, silenciándoles, haciendo que la ternura que creíamos podía cambiar el mundo quede solo en la nostalgia de un tiempo en que nos creímos que podíamos cambiar las cosas.

Cada infancia es un espejo de la sociedad. Si hay una infancia feliz, hay estructuras que cuidan, si hay una infancia rota, hay sistemas que fallan. Mientras suene Serrat y su niño silvestre podremos seguir recordando que la infancia no es solo un recuerdo de donde venimos sino una responsabilidad para con los que vienen.