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"Antes que activistas, las empresas son —y deben ser— las principales financiadoras del Estado del bienestar con impuestos y cotizaciones"

'RSC sin maquillaje: quién paga de verdad el Estado del bienestar', la firma de opinión de la empresaria y vocal de la Asociación de Importadores y Exportadores de Albacete, Sara Cano

'RSC sin maquillaje: quién paga de verdad el Estado del bienestar', la firma de Sara Cano

'RSC sin maquillaje: quién paga de verdad el Estado del bienestar', la firma de Sara Cano

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Albacete

En la conversación pública se ha vuelto casi obligatorio exigir a las empresas que “tomen partido”: por el clima, por la igualdad, por la salud mental, por la comunidad local… La Responsabilidad Social Corporativa se ha expandido desde la filantropía puntual hacia un catálogo interminable de causas. En una de las últimas causas en las que participamos (e hicimos pública), el video de la misma se viralizó. Más de 1 millón de visitas y comentarios de todo tipo. Pero recuerdo uno que me dolió especialmente: “exijo ver la donación, seguro que habéis sacado partido de esto y ahora venderéis más a costa de las mujeres que lo sufren”. Aquel vídeo no pretendía más que hacer visible una situación casi ridícula, los laboratorios de investigación contra el cáncer se estaban financiando en aquel momento, en una parte importante, con donaciones de particulares, pero sobre todo de empresas. Por supuesto, jamás repercutió en ventas.

Hace ya años de esto y hoy no publicamos nada de nuestra RSC, para no ofender a la policía de las redes. Quizá en este momento, conviene recordar una obviedad que a veces se oculta tras el ruido: antes que activistas, las empresas son —y deben ser— las principales financiadoras del Estado del bienestar a través de impuestos y cotizaciones.

Me gusta sustentar mis opiniones con datos, —a pesar de que cada vez me cuesta más distinguir en cuáles creer— y en 2024, (según la agencia tributaria), solo con el impuesto de sociedades, y las cotizaciones sociales, las empresas aportaron más del 75% de los ingresos no financieros del sistema. Mientras todos nos quejamos de que los salarios no alcanzan en nuestro país y exigimos que sean las empresas quienes los suban, (puedan permitírselo o no), pasamos por alto que la OCDE afirma que la diferencia entre el coste laboral total para la empresa y lo que el trabajador obtiene en términos netos es de un 40,6%.

¿Significa eso que toda narrativa corporativa sobre contribución social sea transparente? No siempre. La crítica es necesaria, pero no solo al tejido empresarial, también al estado que a menudo se olvida, gobierne quien gobierne, de que esto repercuta en el bien general.

Y mientras tanto, la paradoja absoluta: pedimos a las empresas que adopten todas las banderas posibles, mientras que muchas empresas y miles de ciudadanos, llegaron a ayudar durante la Dana antes que quien debía hacerlo. Para cuando España (y no toda), hizo público su apoyo a Ucrania, simplemente pronunciándolo en voz alta, hacía mucho que solamente desde Albacete, ya habían salido varios camiones completos rumbo a Ucrania, con donaciones de empresas y particulares.

No debemos olvidar cual es la principal responsabilidad social de las empresas; financiar de forma estable el bienestar común y crear empleo formal con cotizaciones. “Solamente” esta carga hoy, es casi insoportable.

Sumar causas no puede sustituir a pagar bien, cotizar correctamente, invertir en productividad y cumplir la ley. Tampoco se trata de renunciar a la RSC; se trata de priorizar. Después, y no antes, llegan las campañas, los patrocinios o los relatos inspiradores.

Si de verdad queremos empresas comprometidas, pidamos coherencia verificable: transparencia fiscal (también por parte del estado), objetivos lógicos y medibles, y un vínculo claro entre beneficios y reinversión, (especialmente por parte del estado). La sociedad debe saber a quién exigir. Porque el Estado del bienestar no se financia con eslóganes ni con vídeos emotivos: se financia, sobre todo, con nóminas, cotizaciones y beneficios gravados. Y ahí, nos guste o no, las empresas ya están haciendo —y pagando— gran parte del trabajo.

 

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