El trabajo incómodo de la memoria

Talavera de la Reina

En este país nuestro siempre hemos tenido una relación incómoda con la memoria. No sabemos convivir con ella: tendemos a olvidar, a creer que somos los primeros en tener una idea, los primeros en hacer algo, los primeros en pensar que quienes nos precedieron no hicieron nada (o lo hicieron mal) y que todo estaba por inventarse. Tampoco hemos puesto demasiado empeño en recordar. ¿Para qué?

Estos días, tras las elecciones presidenciales en Chile, que podrían llevar en la segunda vuelta a la ultraderecha al poder, pensaba en ello. Ellos tienen el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, un espacio público situado en Santiago, está dedicado a conmemorar a las víctimas de las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura militar de Augusto Pinochet.

En una de mis últimas visitas, alguien del grupo con el que iba se quejaba de que aquel espacio era insuficiente, de que necesitaban aún más lugares dedicados a la memoria.

Y entonces yo pensé en España. No tenemos ni un solo espacio comparable. Incluso nuestros vecinos de Portugal sí lo tienen: el Museo de Aljube de la Resistencia y la Libertad.

Estos espacios de memoria no son garantía de no regresar a un escenario de dolor. La memoria exige trabajo. Es incómoda. Incluso dolorosa. Y solo con una vigilancia extrema puede evitarse que los recuerdos se perviertan y acaben convirtiéndose en una mentira conveniente.

Y ahora que se cumplen 50 años del fin de la dictadura en España, no permitamos una memoria edulcorada, nostálgica o directamente falsa de un periodo atroz de nuestra historia. No permitamos que nuestros adolescentes y jóvenes tengan una imagen distorsionada, simplificada o convertida en una leyenda amable de lo que fue un tiempo de represión, miedo y silencio. En la memoria nos va el presente, pero sobre todo nos jugamos el futuro.