Take five

Toledo (Toledo)

Buenos días, Carlos. Buenos días, oyentes.

En mi bemol menor y con un inusual compás de cinco por cuatro que se te mete en el cuerpo al instante. Arranca la batería en solitario y en seguida se le une el piano marcando el ritmo con un fraseo que acompañará de fondo toda la canción. Y a los veinte segundos, así, sin avisar, como quien no quiere la cosa pero llenándolo todo, el saxo alto de Paul Desmond convierte “Take Five” en leyenda de la música y coloca al grupo “Dave Brubeck Quartet” en una referencia mítica y obligatoria de la historia del jazz. Fue en San Francisco, en 1959.

La música está llena de tipos discretos, genios casi anónimos, a los que casi nadie pone cara ni vida ni historia pero que todos hemos escuchado cien veces y que, aún sin saberlo, son parte de nuestra memoria. Paul Desmond es uno de ellos. “Yo ya había pasado de moda antes de que nadie me conociera” decía con ironía.

Detrás de ese aire de niño bueno, de esas gafas de pasta tan a la moda en los 50, de esa cara de tipo corriente, de empollón de la clase o de aburrido funcionario vivía un maestro de la composición, de la improvisación y de la interpretación que supo elevar a obra de arte una forma aparentemente sencilla y simple de tocar. Su saxofón fue la columna vertebral y el alma de un cuarteto que nunca llevó su nombre.

Nació un día como hoy de 1924, también martes, y a lo largo de sus 25 años de carrera, nos dejó un legado de más de 80 discos grabados junto a su inseparable Dave Brubeck, en solitario o con otras leyendas del jazz como Chet Baker o Gerry Mulligan. Siempre, eso sí, fiel a su forma de tocar, manteniendo su estilo y destilando con suavidad y genio el inconfundible sonido que se hizo más conocido que su nombre o su rostro.

Sus otras dos grandes pasiones, el whisky escocés y los cigarrillos Pall Mall, apagaron su música en mayo de 1977 a los 52 años. Los ingresos por derechos de autor de aquel “Take five” que le dio una fama de la que se escondía, los cedió a la Cruz Roja internacional.

Pero de todo eso, ya se lo conté una vez, yo me quedo con aquel tema que le compuso en secreto en 1955 a una Audrey Hepubrn de la que estaba enamorado y que ella escuchó, sin saber bien de quien era, cada noche antes de acostarse hasta su muerte.

Paul Desmond, no se olviden.

Hasta el martes que viene. Besos.

Javi Mateo