Lo que la gripe aviar nos está diciendo. Otra vez

Talavera de la Reina

Mis padres, que viven en un pueblo de Extremadura, siguen teniendo gallinas. Durante el día están en el corral; por la noche, más por prudencia de mi padre que por otra cosa, las metía a resguardo bajo techo. Desde hace unas semanas, en cambio, tienen que permanecer encerradas las veinticuatro horas.

Creo que estamos prestando poca atención a lo que está ocurriendo. Y no hablo, obviamente, de las gallinas de mis padres, sino de que, en un periodo de apenas tres meses, en España se han contabilizado 14 brotes de gripe aviar en explotaciones avícolas. La consecuencia ha sido el sacrificio de cerca de 3 millones de animales.

Si nos detenemos un momento a pensarlo, no es solo una cifra fría: es una especie de “avicidio” que resume el sufrimiento concentrado en un modelo de ganadería industrial desbordado. Cuando se decreta un sacrificio masivo, las compensaciones económicas se abonan con dinero público. En la práctica, estamos sosteniendo entre todos un sistema que no hemos elegido.

El problema, además, desborda los muros de las granjas. Se han detectado cerca de 90 focos en aves silvestres: cigüeñas, grullas, gansos, patos, garzas, águilas, gaviotas… Es como si la naturaleza nos estuviera recordando, una vez más, que, cuando tensamos demasiado la cuerda, las consecuencias acaban escapando a cualquier control.

Tal vez la cuestión de fondo no sea solo cómo gestionamos la gripe aviar, sino qué modelo de producción de alimentos estamos dispuestos a mantener. Porque cada brote, cada matanza preventiva y cada indemnización pública apuntan en la misma dirección: no se trata únicamente de un asunto sanitario, sino también político, económico y ético.