"No podemos negar que las cosas han cambiado, pero la incorporación de la mujer al mundo laboral ha sido mucho más repentina que la evolución mental del ser humano"
'¿Es el síndrome del impostor una cuestión de género?', la firma de opinión de Sara Cano, empresaria y vocal de la Asociación de Importadores y Exportadores de Albacete

'¿Es el síndrome del impostor una cuestión de género?', la firma de Sara Cano
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Albacete
Hace unas semanas leía por causalidad —que no por casualidad— un artículo que indicaba que la comparación profesional online afecta especialmente a trabajadores jóvenes y a mujeres con alta autoexigencia. Aunque se ha puesto de moda hablar del síndrome del impostor en todos los ámbitos, siempre he tenido la sensación de que las mujeres dudamos de nuestras capacidades con mayor frecuencia de lo que lo hacen nuestros compañeros hombres. Lo he experimentado yo misma: las mujeres sufrimos un escrutinio especialmente duro no solo en la vida real, también en el contexto digital (solo hay que leer los comentarios de las publicaciones en redes de unos y otros). He visto cómo incluso el aspecto físico ha sido parte del largo menú de dudas que digerir antes de decidir si una mujer estaba preparada para la labor desempeñada. Nunca he oído a ningún compañero, empresario o profesional de éxito —o no—, hombre, preguntarse si su físico intercedía en la forma en la que se le podría percibir laboralmente o si su aporte a la cadena de valor de la empresa era lo suficientemente valioso. ¿Es entonces el famoso síndrome del impostor una cuestión de género?
A pesar de que tengo la inmensa suerte de habitar un entorno laboral y personal donde el machismo no ocupa un espacio relevante, mi privilegio no me hace sorda ni ciega ante la realidad de muchísimas mujeres. Por más que muchas vivan en países realmente evolucionados —o eso preferimos pensar—, mientras tratan de alzar su voz, la siguen oyendo rebotar contra el famoso techo de cristal. ¿Cómo puede entonces una mujer sentirse capacitada para liderar, para estar en lo más alto de las cadenas de mando, para sobresalir por encima de sus compañeros hombres, si ni siquiera la justa queja es una opción? ¿Cómo va a validar sus propios éxitos y a sentir que son merecidos, si tenemos que oír opiniones que afirman que somos menos capaces para puestos directivos porque somos “más volátiles” emocionalmente?
Este 25 de noviembre se ha conmemorado el Día Internacional de la Violencia contra la Mujer. 38 mujeres asesinadas en España (si el número no ha crecido cuando se publique este texto). 8 de ellas en Albacete. 0 hombres. Si eso no es una prueba de volatilidad y falta de manejo de las emociones, no sé entonces qué lo es.
No podemos negar que las cosas han cambiado, pero la incorporación de la mujer al mundo laboral ha sido mucho más repentina que la evolución en la mentalidad del ser humano. Yo misma me sorprendo sintiéndome responsable de que, al recibir una visita, mi casa esté limpia, no importa si esa semana he empleado horas extras para “llegar a todo”. Tres palabras demasiado duras que hemos popularizado mientras tratamos de ser las heroínas que todo lo pueden, para que a nadie se le ocurra pensar que deben volver a mandarnos a casa a limpiar.
Cuando trato de entender por qué sigue costando igualarnos en número y relevancia en ciertos ámbitos, caigo en la dolorosa cuenta de que las mujeres —especialmente las madres— siguen moviéndose con el peso invisible de la carga mental. Cerebros igual o más capacitados que los de sus compañeros hombres, pero ocupados en un porcentaje demasiado alto de quehaceres que poco o nada ayudan a poder escalar en la pirámide laboral. Ni hablamos de los casos en los que la igualdad de oportunidades ni siquiera es una realidad. Escucho a mujeres que admiro dudar de sus capacidades constantemente, preguntarse si son suficientemente buenas madres, suficientemente profesionales, suficientemente exitosas… SUFICIENTES, así, en general y en mayúsculas. Como si todo lo que han conseguido las mujeres profesionalmente —mientras hacían de sostén, incluso emocional, de sus casas, y huían de la violencia estructural— no fuera ya suficiente.
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Hoy por Hoy Albacete (27/11/2025)




