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"Mis paisanos de la aldea pasaron su niñez sin electricidad, ni agua, ni calefacción y trabajando desde niños segando esparto, resinando, trillando o cultivando"

'Nativos', la firma de opinión del catedrático de la UCLM, investigador y director del Jardín Botánico de Castilla-La Mancha, Pablo Ferrandis

'Nativos', la firma de Pablo Ferrandis

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Albacete

Ya de mayor y transcurrido largo tiempo de mis andanzas juveniles en el pueblo paterno, busqué adopción en otro, guiado por esa sensación mía de que uno, sin pueblo, anda por la vida huérfano de algo. Y también por las circunstancias, que esta vez me acogí a la aldea de mi suegro, en la sierra de Alcaraz. Conocí allí a gente de otra cultura. Una cultura antigua que, si bien, algo sabía de ella, nunca antes había visitado en detalle. Los serranos de la generación de mis padres que conocí, y con los que trabé amistad verdadera, fueron gente de vida muy diferente a la nuestra, aquí en la ciudad. Para muchos urbanitas, diría que inconcebible, que tan volátil es a veces la memoria colectiva.

Mis paisanos de la aldea pasaron su niñez y parte de su vida adulta sin suministro eléctrico -con todo lo que eso conlleva, o más bien, no conlleva-, ni agua corriente en la casa, ni calefacción general. Trabajaron desde temprana edad en el campo: segaron el esparto -cotizado entonces-, con el que trenzaron pleita y vencejos; también el espliego y romero para la destilación de esencia; la mies con la hoz, que trillaron en la era; resinaron; cultivaron el huerto y la terraza del bancal; podaron los frutales, recogieron la almendra, la oliva y las nueces; guardaron el rebaño; recolectaron leña -que dos veces calienta-; calcinaron piedra caliza; lavaron la ropa a mano en el pilón comunitario; y por fuerza de tracción contaron con la ayuda de acémilas. Hacían conserva con la hortaliza, secaban los higos, ataban los racimos de uva y preparaban embutido con el sacrificio del cerdo, para almacenarlo todo en la cámara y hacer frente al invierno. Conocí a quien recolectaba verduras silvestres con el conocimiento heredado y fue mi maestra; a quien arreglaba los gazpachos con ardilla; a quien antaño siguió labrando con la mula a pesar de sufrir una hernia discal, que apuntaló con una faja bien atada; a quien un maqui le arrebató su almuerzo de pastorcillo, y aún lo disculpaba, explicándome que aquel hombre estaba peor que él; a quien de niño vio un lobo; a quien llevaba gavillas de leña a los obradores de Hellín en un carro, trayecto que le tomaba casi la noche entera; a quien buscó novia en otra aldea, al no quedar muchachas casamenteras en la suya; y a quien triunfó por la comarca con la moto que le prestó el cartero.

El término “nativos” suele evocarnos la imagen de los indígenas de América, África, Siberia o Australia: los sioux, yanomamis, bosquimanos, inuits, los aborígenes. Sin embargo, nativos somos todos, pues todos hemos nacido en algún sitio, aunque el significado de esta condición se diluye en una sociedad congregada en ciudades cada vez más grandes, embutida en cemento, plástico y licra, tan globalmente homogeneizada y alejada de la naturaleza. Mis paisanos de la sierra no son indígenas en un sentido estricto, pues, a estas alturas de la historia, todos somos el resultado del reiterado mestizaje de los pueblos y culturas que han habitado la península ibérica, alejados ya de los habitantes primigenios, pero la conexión que han mantenido con el entorno natural en el que han vivido los acerca un poco a ellos y los hace genuinamente nativos. Están ligados a un terruño del que conocen sus montañas, arroyos y fuentes, los pasos, caminos y veredas, las estaciones, los árboles añejos, la fauna y la utilidad que ofrecen las plantas silvestres. Atesoran la sabiduría y la tradición de los que han convivido con la naturaleza, trasmitida durante generaciones y ahora en rápida regresión, conforme la globalización y la tecnificación nos engullen. Este perfil humano se repite por toda la geografía española, con tantas versiones como territorios biogeográficos hay en nuestro país.

Cuando preguntaba a mis paisanos sobre esto y lo otro, no era raro que comenzaran su explicación diciendo: “yo no sé de ordenadores, pero…”. Supongo que esta coletilla muestra el desconcierto del que se siente abrumado por el rápido avance tecnológico de la sociedad moderna. A mí empieza a pasarme lo mismo. Lo que no saben es que cuando lo decían, yo pensaba para mis adentros: “ni falta que os hace”. Cada grupo humano desarrolla los conocimientos según las circunstancias que tenga que administrar. La sabiduría de mis paisanos es la fuerza que tras siglos y ya exhausta nos ha traído hasta aquí. Quien conversa con ellos aprende y obtiene suma ganancia en muchos sentidos.

Atentamente les saluda, Pablo de Passo.

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Hoy por Hoy Matinal Albacete 08:20 horas (01/12/2025)

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Pablo Ferrandis

Pablo Ferrandis

Pablo Ferrandis Gotor (Albacete, 1966) es Catedrático en la Universidad de Castilla-La Mancha. Licenciado...

 

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