"El clima hace los hábitos y los hábitos moldean el carácter. Una estepa no regala abundancia a los seres que la habitan, sean plantas o humanos"

Uno de los valores más sobresalientes del Jardín Botánico de Castilla-La Mancha, en Albacete, es su colección de plantas mediterráneas continentales. Quien diseñó este jardín botánico lo hizo con muy buen criterio, que muchas veces no es otra cosa que el sentido común. ¿Qué plantas si no iban a poder soportar el clima albaceteño, con sus heladas invernales y la prolongada sequía del verano? Por pura lógica, nuestras plantas autóctonas, las que han vivido de siempre en estos campos. En general, se trata de plantas poco vistosas: más allá de la robusta encina o el pino frugal, lo que encontramos en los montes manchegos son arbustos rústicos de hojas pequeñas. La flora mediterránea de tierra adentro ha tenido que adaptarse a un clima recio. En estas condiciones, no hay cabida para la exuberancia. Es mejor ser fuerte y humilde. La ostentación solo es posible en la opulencia, que en el caso de las plantas viene del ambiente generoso que ofrecen los climas húmedos templados o tropicales. Es por su apariencia discreta que la flora mediterránea continental tiene una pobre representación en los jardines botánicos del mundo, a pesar de su enorme personalidad. Ya se sabe: como reclamo publicitario funciona mejor la apariencia que el relato verdadero. No ha pasado así en el joven jardín botánico albaceteño, que, en un ejercicio de sentido común, como digo, ha sabido hacer suyo este interesante discurso.

Cuando explico este aspecto en las visitas guiadas al jardín botánico, pongo como ejemplo el popular tomillo, pues ilustra perfectamente lo que es una planta de las nuestras, resistente y discreta hasta la cepa. Y aunque no siempre lo diga, también pienso en los humanos. ¿No está acaso el carácter manchego tocado por la misma templanza que la del tomillo? ¿No estamos también, la gente que vivimos en estas tierras, cincelados por la naturaleza esteparia de La Mancha? En la actitud vital del manchego medio vislumbro cierto estoicismo y sencillez, alejada de la exhibición y el adorno. Como el tomillo. Nuestro “ea” lo resume bien. Sé que me muevo en el terreno especulativo de la intuición, pero el clima hace los hábitos y los hábitos moldean el carácter. ¿Desde cuándo una estepa ha regalado abundancia a los seres que la habitan, ya sean plantas o humanos? La estepa mediterránea manchega es dura y amable a partes iguales: el invierno y el verano nos ponen a prueba; la primavera y el otoño, aunque breves, nos envuelven de ensoñación. Quizá don Quijote y Sancho Panza solo podían nacer de este rizo perpetuo de adversidad y renacimiento. Me cuesta mucho concebir el surgimiento de unos personajes así de entre la bonanza que gozan, por ejemplo, los pueblos del litoral mediterráneo.

Hay otro asunto que también relaciono con la sencillez de las plantas mediterráneas. Esta vez me muevo, sin asidero alguno, en el terreno de la intuición pura, pero es un pálpito que siempre he tenido. En nuestra ciudad existe una extraordinaria corriente de poetas. Supongo que poesía hay de mil estilos, como los hay en la música o la pintura. Pero el denominador común de la poesía verdadera -una vez despojada de la cadencia y los caireles de la rima- es la reflexión honesta, que no es sino un acto de humildad. Los horizontes y cielos infinitos que nos brinda La Mancha, combinados con la alternancia de este penar y soñar manchegos, invitan como pocos lugares al ejercicio introspectivo, al examen y celebración de nosotros mismos. Ya ven, clima y paisaje moldeando conjuntamente la vegetación, nuestro carácter y nuestro pensamiento. Igual estoy equivocado, pero diría que los manchegos somos, en lo más elemental, muy parecidos al humilde tomillo que crece en los pedregales. Cosa que celebro muchísimo.

Atentamente les saluda, Pablo de Passo.