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Claraboyas para soñar

La Firma de Tomás Martín

"Claraboyas para soñar", la Firma de Tomás Martín

"Claraboyas para soñar", la Firma de Tomás Martín

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Palencia

Recuerdo que llovía —«a cántaros», como acostumbramos a decir por aquí—, que poco antes el cielo se había tornado gris cárdeno oscuro, casi negro, como boca de lobo. Comenzó a tronar, de lejos, eso sí, y el sol huyó en estampida tras abrirle la puerta a las tinieblas. Poco después, se resquebrajaron las nubes y llegó el diluvio. Corrí a refugiarme en una cafetería próxima.

Al fondo, un hombre de pelo cano y tez rugosa mojaba un churro en una taza de humeante café. Sobre la mesa en torno a la que estaba sentado, reposaba un libro, La forja de un rebelde, una novelada historia de España en carne viva, escrita por Arturo Barea. Decidí acercarme al hombre. Ocupé la mesa de al lado y le dije:

—España tormentosa, la que describe el autor en ese libro que tiene usted sobre la mesa.

—Tormentosa, cainita y… —me respondió.

Hizo una pausa, cogió el libro y lo abrió por donde el marcapáginas recordaba. Se puso las gafas, y mirándome fijamente dijo:

—Escuche…

«A través de cerros y laderas cubiertas de hierbas secas donde pastaban ovejas, llegamos a las tierras altas ya en Castilla. Grandes nubes en vedijas blancas, marchando lentamente hacia el oeste, vertían sombras errantes sobre los cerros cónicos pelados que surgían del llano. No había árboles, solo unos pocos pájaros [...] Ningún ser humano. La llanura se teñía a trozos amarillos y ocres […], de blancos polvorientos, muy raramente de verde. En estos campos inmensos de soledad yo no quería gritar ni llorar: se sentía uno demasiado pequeño».

Me quedé pensativo y, tras dudar unos instantes, le pregunté:

—¿No cree usted que aún quedan «sombras errantes» en la Castilla de hoy?

—Demasiadas, caballero, demasiadas —respondió, al tiempo que retornaba el libro a la mesa—. Sombras que alimenta esta nuestra forma de entender la realidad.

—Entonces… ¿qué hacemos con ellas? —le pregunté.

—Espantarlas. No queda otra. Si te atrapan estás perdido.

—Tiene usted razón —comenté—, pero si uno anda pendiente de sombras no le queda tiempo para soñar.

—¡Ay, los sueños! Tengo una claraboya —dijo— por la que entran luces y sombras. Por la noche, me deja contemplar las estrellas para seguir soñando. Busque usted una. Hay cientos. ¡Ah, y no pague el café!, permítame que le invite.

Le agradecí la invitación, y el consejo. Había dejado de llover. En el buscador del teléfono móvil puse: ¿Dónde encontrar claraboyas para soñar? Puede que los trabajadores y trabajadoras de Siro también se estén haciendo esta pregunta.

 

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