Opinión

Verano normal

La firma de María González López

Verano normal

Verano normal

03:05

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Peñafiel

A pesar de que se impacientara y desahuciase a la primavera antes de tiempo, el verano ha llegado sigiloso a este calendario, adentrándose lentamente entre nuestros días hasta saber qué está presente.

Lo pillamos in fraganti, previamente a que las luces de emergencia, o hogueras, nos alarmasen de lo corta que era la noche de San Juan, cuando comenzó a aplastarnos con su Sol, ese que se limita a gobernar con absolutismo el cielo, con las golondrinas como súbitas y la estela de los aviones como firma, y repasa los edificios y parques con la sombras que éstos destiñen, y hacen de las humanas la cola de nuestras ropas veraniegas, como complemento indispensable.

No obstante, la época estival no son meses de tregua completa, en ocasiones, nos arropamos con las cortinas de agua que se desprenden de las tormentas, el verano se vuelve fiebre y sus olas tsunamis inabarcables, hay pueblos que ya no se sacian de personas, y las lluvias torrenciales apagan el fuego del astro, a la par que marcan con sus truenos el ritmo a las canciones.

Sin embargo, los mejores recuerdos se acuñan del 21 de junio al 21 de septiembre, como un almacén de vivencias que acopiamos para cuando vuelva el frío y se necesiten como suministro de felicidad para cuando residamos en nuestros cuarteles de invierno.

Hasta entonces, nos queda un tramo de Sol que recorrer, verbenas que bailar hasta desgastar las suelas, terrazas en las que contar todas las anécdotas de nuestro repertorio, con la risa como banda sonora, aprender el lenguaje de los abanicos de las manos de las señoras y balbucearlo en las nuestras, recordar el sabor del agua salada o el de la piscina, mundiales interminables de partidas de cartas, atardeceres en los que el firmamento que no le envidia nada a los cuadros de Van Gogh ni Monet, cambiar la carta del restaurante por el descolorido y veterano cartel de helados, salir de cacería a por estrellas fugaces en las que anudar un deseo como presa, cambiar de piel, hacer de las toallas sobre los tendederos tapices que adornen las casas, rellenar la España vaciada de niños que no dejan de crecer y coincidir con los que fuimos, enseñar las horas al reloj y medir las semanas por las de luz que le quedan al día, reconociendo como el único distinto de la semana el domingo, o viajar, todo lo que se pueda, hasta hacer de los mapas un laberinto del que conozcamos todas las salidas, que en vez de desembocar en Roma conducían a los verdaderos hogares, lugares o personas en los que somos habitantes, entre otras tareas pendientes.

Sin duda, es verano, uno muy especial por ser normal, que se ha adelantado para que nos de tiempo de vivirlo como se merece, como hacia dos que nos habíamos olvidado y ahora lo recordamos.

 
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