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Mis maravillosas navidades en Piedrasluengas

La Firma de Javier Gómez Caloca

"Mis maravillosas navidades en Piedrasluengas", la Firma de Javier Gómez Caloca

"Mis maravillosas navidades en Piedrasluengas", la Firma de Javier Gómez Caloca

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Palencia

Buenos días, si me están escuchando a través de la radio es que, una vez más, los premios gordos de la lotería habrán pasado de largo por Palencia y mis compañeros de la SER estarán teniendo una programación normal, más allá de alguna pedrea, centena o quinto premio por algún pueblo. No desesperen, siempre pueden ir a por el Niño… a comprar un décimo para el Sorteo del Niño, me refiero.

Por la sociedad acelerada que transitamos, al instante podemos saber si tenemos décimos o papeletas premiadas. Nada queda de la segunda oportunidad que nos brindaba la lista de oído que publicaba por la tarde El Diario Palentino y que, a veces, aunque muy pocas, ampliaba con alguno de nuestros números la lista oficial al día siguiente.

Demasiados jueves tengo hasta junio para hablar de Palencia, sus abandonos y sus problemas. A mí me gusta la Navidad, de siempre, y esta semana y la próxima les voy a contar como eran las Navidades de mi niñez en Piedrasluengas. Por supuesto, siempre eran Navidades blancas, entre nieve. El cambio climático no existía ni en los libros.

Cuando volvían mis hermanas de la Escuela Hogar de Arbejal, yo era más pequeño y hasta los seis años no fui interno a Saldaña con Juan Luís y Wladi, los otros dos niños del pueblo, mi madre ya había puesto el acebo en la cocina, con sus frutos rojos, sus bolas y su espumillón. Así en todas las casas, con respeto a la naturaleza, como siempre se ha hecho en el pueblo. Todo se jodió cuando empezaron a llegar de fuera los depredadores armados de hachas y furgonetas arrasando las aceberas y para hacer negocio en la ciudad.

Antes de las fiestas, se mataba el chon, cada día en una casa del pueblo como si de una huebra se tratara y, cada día, la misma liturgia. Mi padre, que ejercía de matarife, me despertaba a las 8, desayuno rápido, preparación de cuchillos, gancho y al lío…pero antes una copina de orujo y pastas para los mayores y Sansón con galletas para mí. A los niños nos tocaba la labor fundamental de coger al chon por el rabo, que el día que se destazaba, nos daban en premio. A las brasas, manjar de dioses.

Las mujeres, entre la nieve y el frío, iban a lavar las tripas y la banza al pilón, para después hacer las morcillas, el pastral y el rey, el botillo. Bien administradas durarían semanas.

Para la Nochebuena, había que decir adiós al gallo. De él saldría el primer plato de la cena, sopa de menudillos y patas, qué pelea, sólo tenía dos, y el guiso del plato principal. Un poco de pena sí nos daba, pero… Esa noche, todos bebíamos vino con manzanas asadas y azúcar, una costumbre tan nuestra que todavía la mantenemos. Como dice mi hermana, no hay Reserva que lo supere. Una botella de la sidra famosa en el mundo entero se guardaba para después de las uvas en Nochevieja.

Turrón de lo blando, del duro que partía mi padre con el cuchillo, el resto necesitábamos un martillo, y peladillas, muchas peladillas. Ay que ver lo que cuesta encontrarlas ahora, pero para este año ya las tengo.

Y llegaba la hora de jugar al julepe, a dinerillo, una peseta cada uno para empezar y dos el que da. No sé cómo lo hacía mi padre, pero al final de la Navidad nos había hecho ganar a todos lo mismo, cosas de padres. A Papa Noel no le conocíamos, ni falta que hacía.

El día Navidad, sobras de la cena y un poco de lomo de la olla celosamente guardado durante meses para las grandes ocasiones. Y más vino con manzana, turrón y peladillas.

Recuerden sus navidades pasadas, disfruten las de este año con los suyos y por los suyos, los que están y los que se fueron, a ellos también les gustaría que fuera así. Así haremos nosotros, igual hasta echamos un julepe.

No discutan, hablen de aquellos maravillosos años que todos tuvimos, cuénteselo a sus hijos y nietos, aunque pierdan a las cartas no apliquen medidas cautelarísimas, no rompan la baraja y, si alguno se pone pesado, usen la ironía, el mejor arma contra la estupidez humana.

Feliz Navidad.

 

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