La hija de un segoviano, primera niña "blanca" en convivir con la tribu Hadzabe de Tanzania
Una vivencia ha sido posible gracias a la colaboración de la empresa Rift Valley Expeditions y que será plasmada en un futuro cercano en el que será el tercer cuento de la serie “Elvia la rastreadora”
Fernando Gómez Velasco, rastreador profesional, nos habla de la experiencia en Tanzania con su hija de 10 años.
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Segovia
Fernando Gómez Velasco es un segoviano al que muchos conocen por ser el fundador del Servicio de Rastreo Profesional (SERAFO), cuya trayectoria le ha llevado a rastrear en más de 30 países, a formar en sus cursos a miles de personas dentro y fuera de nuestras fronteras y a publicar junto a su mujer, Paloma Troya, más de una docena de libros sobre la temática. Sin embargo, su hija Elvia es menos conocida, al menos por el momento.
Elvia, de tan sólo 10 años de edad, acaba de pasar sus primeras navidades sin Papa Noel ni Reyes Magos y, sin embargo, es enormemente feliz.
Cuando a su vuelta al cole en clase le tocó el turno para explicar cómo había pasado las navidades, su respuesta no dejó a nadie indiferente.
De las múltiples maneras que existen de pasar las navidades, sus padres eligieron una absolutamente auténtica y poco convencional. Una con la que Elvia llevaba soñando desde que es capaz de recordar.
Esta vez en nochebuena no hubo luces, turrones, ni regalos ya que se encontraban viviendo en un poblado Masai donde Elvia tuvo que adaptarse a las tareas diarias del resto, como ordenar 2 veces al día las cabras, guiar el ganado en busca de pastos o transportar pesadas cargas de leña sobre su cabeza. Sin embargo, lo realmente difícil llegó días después cuando se trasladaron a una remota zona de Tanzania, lejos de toda influencia turística, donde tras varias horas de búsqueda consiguieron localizar a un grupo de la tribu nómada Hadzabe con los que convivieron casi una semana.
Los Hadza o Hadzabe están considerados como una de las últimas tribus de cazadores- recolectores que aún existen en África, es decir, cultivan plantas, ni crían ganado como los Masai, por lo que su supervivencia depende exclusivamente de lo que obtienen cada día de la naturaleza, principalmente de la caza. Y a ese tipo de vida sin frigorífico, supermercados, microondas ni ningún tipo de comodidad es al que tuvo que adaptarse Elvia. Le tocó participar en duras y largas jornadas de caza, incluso de noche a oscuras (para localizar babuinos aprovechando las horas de ausencia de luna) a través de un medio difícil y hostil, en el que cualquier error podía suponer un serio problema. Pasó miedo, sintió hambre, sed, agotamiento e incluso tristeza al ver cómo cazaban algunos animales que a ella le parecían encantadores, pero aprendió a adaptarse y entender una manera de vivir que le transportaba a la época del paleolítico que había estudiado en el cole.
Acabó recorriendo a pie más de 60 km andando y a veces hasta gateando a través del “bush”, un ecosistema de sabana de orografía complicada en esta zona, compuesto por denso matorral espinoso. Tuvo que adaptarse a comer desde carne de impala cazado hace varios días, hasta los animales cazados en su presencia como tórtolas, perdices, tortugas o babuinos.
No fue fácil, ya que a unos ojos europeos e infantiles las situaciones vividas resultaban muy duras, hasta el punto de que no pudo evitar llorar al ver la primera presa, un pequeño gálago, aún vivo tratando de soltarse de la certera flecha que le atravesaba. A ello se sumaba que al ser la primera niña blanca en entrar en contacto con este grupo de Hadzabes sufriese un rechazo inicial, ya que incluso el único niño del clan huía despavorido al ver a un “ser” de piel blanca, ojos azules y pelo largo y rubio. Sin embargo, su carácter fuerte y abierto consiguió que, al cabo de los días, fuese totalmente aceptada como una más del grupo compartiendo preciosos momentos alrededor de la hoguera con ellos. Las mujeres tocaban su pelo liso, el niño se reía jugando con ella y los cazadores le fabricaron un arco de su tamaño con el que le enseñaron a disparar.
Elvia, pudo poner en práctica buena parte de lo aprendido estos años de sus padres rastreadores y gracias a ello fue capaz de interpretar ese medio a través de los rastros, mientras aprendía a reconocer con facilidad huellas de animales nuevos para ella como los impalas o el diminuto dik dik, a localizar a los babuinos por sus gritos, a encontrar sabrosa miel siguiendo a una curiosa ave “indicadora” entre acacias y baobabs, a reconocer la cercanía de las hienas en la noche por su impactante sonido o cómo conseguir el veneno para impregnar las flechas usadas para los grandes mamíferos.
Sin duda, una experiencia que le marcará para siempre, en la que ha descubierto la dureza de la vida en otras partes del planeta, pero también, cómo se puede ser feliz con muy poco y cómo las diferencias que al principio parecen ser insalvables, finalmente son las que unen a las personas.
Una vivencia ha sido posible gracias a la colaboración de la empresa Rift Valley Expeditions y que será plasmada en un futuro cercano en el que será el tercer cuento de la serie “Elvia la rastreadora” cuyo objetivo general es el de transmitir valores a los más pequeños, además de demostrarles que las aventuras no sólo están reservadas a personajes de ficción, sino que una niña real de carne y hueso como ellos también puede ser protagonista. En este caso en particular, el futuro cuento “Elvia la rastreadora, tras el rastro de los últimos cazadores recolectores de África”, tendrá también el objetivo de compartir con otros niños y niñas la riqueza de la fauna africana, pero sobre todo la importancia de conocer y así respetar otras culturas y otras formas de vida que aún quedan en nuestro planeta, algunas de las cuales desgraciadamente es posible que en pocos años sólo existan en los libros y documentales.