11 años

León

Hace unos días, los papeles nos contaban el enésimo horror de una violación grupal a punta de cuchillo a una niña de 11 años en los lavabos de un centro comercial . Superada la náusea, se instala la perplejidad en el lector cuando descubre que esta infamia fue cometida por seis menores, tres de los cuales no alcanzan la edad de los14 años, lo cual les hace inimputables ante la ley. Estamos ante una manada de niños violadores y esa paradoja se nos hace imposible de digerir.

Sin embargo , no es el primer caso, y casi cada semana nos llegan noticias de abusos sexuales cometidos por menores, algunos de los cuales apenas acaban de cruzar la puerta que conduce de la infancia a la adolescencia.

Esta jauría de perros imberbes no sólo abusó de la víctima más allá de todo los límites imaginables, sino que lo grabó y lo difundió por el espacio digital. De modo que esa violación es un bucle infinito donde la humillación de la niña se repite cada vez que alguien pulsa el play. La hombría mal entendida, la crueldad y la estupidez van a menudo de la mano.

Algo estamos haciendo rematadamente mal para que estos horrores se repitan con una cadencia que los acerca a la normalidad. Algo que probablemente tiene que ver con la deserción de muchas familias, con una legión de hijos huérfanos aunque tengan padres, con el veneno tóxico que escupe el universo virtual y las redes sociales, con los daños irreparables que provoca el porno a ciertas edades y con la incapacidad colectiva para educar en el respeto, la empatía, la humanidad más elemental.