Instinto básico
La firma de Evaristo Arzalluz
La firma de Evaristo Arzalluz
02:52
Compartir
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
<iframe src="https://cadenaser.com/embed/audio/460/1679345886409/" width="100%" height="360" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>
Aranda de Duero
No sé si has caído en la cuenta, Valentín, de cuáles son los placeres más intensos que existen. No son los que a primera vista te puedan parecer. No son ni los manjares más exquisitos, ni los viajes exóticos, ni la posesión de artículos de gran lujo. Los placeres más intensos son muy pocos y están al alcance de todos. Los voy a mencionar: Cuando tienes una sed muy intensa lo que quieres es agua, no champán. Cuando tienes muchísima hambre lo que deseas es un plato de alubias, no caviar. Y, me vas a perdonar, pero uno de los placeres más intensos que hay en la vida es defecar u orinar cuando tienes una necesidad imperiosa, por ejemplo, cuando estás haciendo un viaje en autobús y por fin el chófer para en un restaurante.
Las demás cosas pueden ser placenteras, pero ni de lejos llegan al nivel de placer que produce la satisfacción de las necesidades más básicas. ¿Adónde voy con esto? Pues a que la felicidad no está en disfrutar de esos placeres más sofisticados. Es más. El hecho de disfrutar en realidad impide la felicidad, porque disfrutar es un sucedáneo de la felicidad. Por eso ni siquiera es un paso intermedio hacia ella. Al contrario. Cuando se disfruta uno piensa que no hay nada más allá, y no busca más, se conforma con el sucedáneo y no persigue el original. Es lo que nos enseña el estoicismo, vieja escuela griega de filosofía. Entonces, ¿en qué consiste la felicidad? La felicidad, igual que la satisfacción de las necesidades básicas, está al alcance de cualquiera: consiste en ser útil. No depende, por tanto, ni de la inteligencia, ni del poder, ni de la capacidad económica.
Ser útil depende sólo de la voluntad. Y ahí estamos todos en igualdad de condiciones: los pobres y los ricos, los listos y los tontos. Por eso me gusta la compañía de la gente sencilla, la que realiza un trabajo quizá gris, para el que no se necesita especial cualificación, pero esencial, sin el cual los que están en la cúspide no podrían realizar el suyo. Aprendo de la gente sencilla, que no tiene envidia porque ha descubierto por sí misma todo esto que te digo. Se conforma con ser útil.