Un cuento de mi ciudad
La firma de Ángel Martínez
Un cuento de mi ciudad - La firma de Ángel Martínez
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Aranda de Duero
Me gustaría inventar un cuento con final feliz pero me ha invadido la realidad y se me ha truncado la dicha. Cuentan las crónicas que “en el mejor país del mundo” existía una población donde había trabajo – dinero - coches, muchos coches-restaurantes bien montados, pero se habían olvidado de los niños, de sus mayores, de sus parques, de los montes,…
Era una villa muy rara porque las obras nunca se terminaban y cuando parecía que algo tenía final, aparecía un problema, había que pagar de nuevo y seguían las máquinas y las obras.
Y aunque circulaban los vehículos por todas las calles, con atascos, con retenciones permanentes, seguían sin andar, sin caminar y preferían el ruido de sus motos, el humo de sus motores para desplazarse.
Llegaron las elecciones y se presentaron seis grupos diferentes y prometieron auditorios, juegos infantiles, sanidad de calidad, bajada de impuestos, aumento de la seguridad, compra de inmuebles para centros de ocio, ofertas culturales reales y atractivas, bonos culturales, viveros de empresas, planes de turismo, apertura de instalaciones deportivas,… y cuando todo esto parecía el paraíso en la Ribera del Duero, las fuerzas políticas encontraron una veta de acuerdo para que en cuanto llegaran al ayuntamiento se pudieran liberar con dedicación exclusiva a tres o cuatro concejales, como mínimo. No se sabía para hacer “qué”, lo importante era conseguir ese derecho o privilegio que les concedía la ley.
Y la gente no estaba contenta y murmuraba, pero votaba. Siempre gobernaban los mismos y así siempre ocurría lo mismo. Esto no es un cuento, es un relato corto de un cuento que nos cuentan en este país cada cuatro años.
Y nos lo creemos todo a pesar de que esta ciudad tiene una historia esquizofrénica. Un día, por poner algún ejemplo, hace mucho, se construyó una piscina donde no era su sitio y no había agua para llenarla ni tuberías para vaciarla. También, una que mandaba, se fue a Roma a llevar una llave al Papa, sin tener cerradura. Nos llamaron paletos e hicimos el ridículo al defender lo contrario. Nos quitaron el tren y seguimos gritando sin que nadie nos oyera o escuchara (no sé muy bien la diferencia). Se presentaban a las elecciones unos partidos que decían lo contrario en Madrid de lo que defiendían aquí. Lo que digo, una esquizofrenia.
Y así, pasaban los días, los años y todo funcionaba mal, según decían los juglares de la época (los juglares eran periodistas que sólo decían lo bueno de sus amigos y lo malo de los otros). Podía haber escrito un canto a la belleza pero preferí pensar en voz alta, sentir el dolor de la realidad y reflexionar y pensar otro mundo diferente, posiblemente imposible.
Que ustedes lo voten bien, si se puede y hay candidatos. Un saludo.