Necesitamos más maestros y menos profesores
La firma de Ángel Martínez
Necesitamos más maestros y menos profesores
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Aranda de Duero
La Ley General de Educación de 1970 (éxito franquista) inventó aquello de la EGB para poner la etapa 12-14 en manos de pedagogos, de maestros. Los licenciados llamaron a los maestros “piojos resucitados” y no se dieron cuenta del trasfondo de la reforma educativa. Se hablaba de programas renovados, de objetivos bien definidos y de otros aspectos que no quiero tocar hoy. Aquellos maestros del Plan 67 y los Profesores de EGB se preparaban en psicología, pedagogía, didácticas para atender una etapa complicada: la preadolescencia ¿Y por qué traigo esto a colación?
No hace mucho me enviaba una madre el discurso (mejor denominarlo mensaje o whatsapp) remitido por un profesor con título actual de grado (sin psicología, ni pedagogía en su currículum profesional). Deslizo aquí algunos extractos del mensaje. “Estoy cansado de pedir a vuestra hija que mantenga cierta compostura en clase: no hable, se siente bien, no coma, no deje su mano para que le hagan cosquillas”.
La respuesta de la adolescente fue decir "¡Qué tonterías, no quiero y punto!". “Hay ciertos comportamientos -dice el profesor- que no hablan mal del alumno, sino que hablan mal de sus padres”. Como advertencia de este comportamiento de la alumna se le amenaza con ponerla a escribir 10 veces todos los apuntes de la signatura a ver si por fin aprende lo que es la materia que estamos impartiendo.
No quiero justificar a la niña porque su conducta no parece la más apropiada, pero yo (cualquier profesional de la enseñanza) como profesor que conozco técnicas de aprendizaje, que sé lo que es un adolescente con sus impulsos y sentimientos, tengo que ganarme al alumno/a. le digo que se quede un momento, hablo con ella, le invito a ayudarme en clase, le pregunto por su desprecio a la asignatura, le doy nuevas oportunidades para subirse al carro de la materia, empezamos de nuevo… Y espero y vuelvo a quedar después de clase y hablo y tengo paciencia y no hago culpables a los padres e invierto en empatía, en mensajes positivos y partimos de sus frases, de sus 'cartas', de sus inquietudes y me olvido de que copie 10 veces porque sólo genera cabreo y odio.
Y transformo mi 'cansancio' en impulsos sencillos de comprensión de un malestar que lleva al alumno a rechazar la materia. Y entonces, el acto didáctico con Susana, Ágata… se convierte en una obra de arte que es lo que el proceso de enseñanza-aprendizaje exige.